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¡Mi señorita linda!... Siempre me cuesta el conocerla con su traje de varoncito. ¿Cómo le va?... Y bajó apresuradamente los escalones de madera, atravesando la calle para ir al encuentro de Celinda Rojas. No se habían visto desde el día que Sebastiana abandonó la estancia; y ahora, por odio á don Carlos, creyó conveniente la mestiza enumerar las magnificencias de su nueva situación.

En la nueva casa las reuniones iban á ser menos simples y austeras que en el alojamiento de Robledo. Sebastiana, que sólo creía en el mate, remedio, según ella, de toda clase de enfermedades y suprema delicia del paladar tuvo que servir á los invitados, ayudada por dos criaditas mestizas, varias tazas de agua caliente con una cosa llamada .

Parecía abstraído, y de pronto hizo un gesto de asombro y de inquietud, como si acabase de descubrir una temible verdad. Volvió la espalda á Sebastiana y anduvo velozmente hacia el sitio de donde había venido. Quedó asombrada la mestiza viendo correr al ingeniero, cada vez más apresuradamente, como si sus palabras le hiciesen temer que podía llegar tarde.

Al levantarse Elena, bien entrada la mañana, vió con sorpresa que la mestiza no acudía á sus repetidas voces. Finalmente se presentó una de aquellas muchachas apodadas «chinitas» que trabajaban en el servicio de la casa bajo las órdenes de Sebastiana. Según declaró esta joven, la respetable mestiza no había vuelto después de su salida á primera hora.

Torrebianca no pudo ocultar su sorpresa ante la mirada inquietante de tantos ojos fijos en su persona. Luego se dió cuenta de una impopularidad que juzgaba inexplicable, y acabó cerrando las vidrieras con triste altivez. Pasados algunos minutos abrió Sebastiana la puerta de la casa, apoyándose en una baranda de la galería exterior.

Ahora continuó el italiano voy á tomar como «gobernanta» á Sebastiana, la de la estancia de Rojas. Esta casa exige una mujer inteligente que se encargue de dirigirla. Watson no quiso aceptar una segunda copa. Debía irse para que aquellos hombres hablasen de los trabajos por cuenta del Estado.

Al hacer su ofrecimiento á Sebastiana en el corral de la casa, había obedecido á los impulsos de una caballerosidad á su manera. Deseaba aparecer ante la marquesa como un individuo distinto á los demás habitantes del pueblo y había ofrecido su protección sin esperanza de que ella la aceptase... Y unas horas después le buscaba. ¿Qué desearía pedirle?...

Cerrada ya la noche, cuando dió un grito para que acudiese Sebastiana, ésta contestó adivinando sus deseos: ¡Allá voy con la lámpara!... Y apareció llevando un gran quinqué, que puso sobre la mesa, en mitad del salón. Iba á retirarse, creyendo que lo había hecho todo, cuando la detuvo la señora. ¿Usted sabe dónde podrá estar en este momento ese Manos Duras de que me habló antes?

La miró Sebastiana con malicia, al mismo tiempo que una sonrisa bondadosa dilataba su rostro carrilludo y cobrizo. ¿Ya tiene celos, niña?... No se ponga colorada por eso. A todas nos pasa lo mismo cuando queremos á un hombre. Lo primero que pensamos es que alguna nos lo va á quitar... Pero aquí no hay motivo. Usted es una perla, patroncita.

Después de tales palabras no juzgó prudente Elena seguir la conversación, limitándose á mostrar una triste conformidad. ¡Si á usted le da miedo seguir aquí!... Esta tristeza conmovió á Sebastiana. Yo con gusto me quedaría; la señora me es simpática y no me ha hecho nunca daño... Pero la gente es como es, y yo ¡pobre de ! no voy á pelearme con todas las mujeres de la Presa.