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El amor de las mujeres como yo, es pura comedia, ¿verdad? Ya se sabe que es mentira; pues cuanta más ilusión procure, mejor. Con el vizconde no había modo de lograrlo. Su único goce era que hablasen de él, aunque fuese mal: no le gustaban los placeres por disfrutarlos, sino porque se los envidiaran. Al segundo año de conocernos tuve un capricho; que Pepe me llevase a París.

Desvié mi pensamiento de estas locuras, y pareciome bien que no hablasen.

Se unían, formando un crepitamiento continuo. Apareció el senador, que se había alejado para que el padre y el hijo hablasen con más libertad. Nos echan de aquí, amigo mío. No tenemos suerte en nuestras visitas. Ya no pasaban soldados. Todos habían acudido á ocupar sus puestos, como en un buque que se prepara al combate. Julio tomó su fusil, que había dejado contra el talud.

Spadoni lo había visto con sus ojos, é imitaba el gesto del héroe al levantarse de la mesa llevando un cestito de mimbre entre las manos; un mísero cestito que contenía, como si fuesen barreduras del suelo, montones de papeles azules, montones de fichas de cinco mil francos. ¡Que no le hablasen á él de generales y batallas! ¡Este era un hombre!

Un brasileño insinuó dulcemente con lenguaje mesurado y cortés: «Se os senhores dâo licença...». Y el Brasil entraba igualmente en la gran alianza. ¡Viva la América latina!... Alguien se fijó en mi humilde persona y en el adorno que llevo junto a un ojo. «¡Ah, pobre galleguito simpático!» Y prorrumpieron en vivas a la «madre patria», a la vieja España, ensalzándola melancólicamente, como si hablasen de una abuela que se les hubiese muerto hace años.

Para ser feliz, cierto poeta oriental necesitaba fabricar una casa cuyos sólidos muros hablasen de su breve tránsito por la tierra á la posteridad; engendrar un hijo que prolongase su raza, y escribir un libro que eternizase su espíritu.

Y el Italiano: ¡Forfante, marrano español! Y el Inglés: ¡Nitesgut español ! Y el Tudesco estaba de suerte, que lo dió por recibido, dando permisión que hablasen los demás por él en aquellas cortes.

Acaso Cristeta no entrase en la conspiración, pero se aprovechó de ella; Mariquita sirvió de agente a don Juan; los diálogos enloquecedores pasados bajo el mechero de gas que había en el pasillo, fueron otras tantas ocasiones de que los novios se hablasen libremente. ¡Y pensar que él no consiguió de Mariquilla nada sustancioso y positivo! ¡Ni una sola vez! ¡Qué burla tan infame!

Cuando la vieja quedaba sola en él, crujían los muebles como si hablasen entre ellos, palpitaban los tapices movidos por su cara oculta, vibraba en un rincón un arpa dorada de la abuela de don Jaime, y ella no sentía miedo nunca, porque los Febrer habían sido gente buena, simple y bondadosa con sus servidores. ¡Pero ahora, después de oír tales cosas!... Pensaba con cierta inquietud en los retratos que adornaban la pieza de recibimiento. ¡Qué cara la de aquellos señores, si habían llegado hasta ellos las palabras de su descendiente!

Habituados todos á hacer leña en el monte, conocían los diversos ruidos de las hachas como si éstas hablasen. Sabían, por el crujido de la madera, lo que faltaba á cada tronco para partirse.