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El resultado fue aplastador... Una cabeza grandota, calva... una nuca enorme... bolsas debajo los ojos... papada... y, encima de todo eso, un color cobrizo como el de un caldero expuesto por mucho tiempo a la acción del fuego.

La miró Sebastiana con malicia, al mismo tiempo que una sonrisa bondadosa dilataba su rostro carrilludo y cobrizo. ¿Ya tiene celos, niña?... No se ponga colorada por eso. A todas nos pasa lo mismo cuando queremos á un hombre. Lo primero que pensamos es que alguna nos lo va á quitar... Pero aquí no hay motivo. Usted es una perla, patroncita.

Los igorrotes son de buena estatura, su color es cobrizo amarilloso; los ojos grandes, rasgados y negros, y con el ángulo exterior muy agudo y más alto que el interior. Los carrillos anchos y juanetudos; el pelo es largo, muy negro, y áspero; el cuerpo robusto y bien formado; suelen pintarse de colores, y en la mano se hacen una figura parecida á un sol.

Al aproximarse a la luz del velón, Salvatierra se fijó en el color cobrizo de su cara, en las córneas de sus ojos, que parecían manchadas de tabaco, en sus manos de dos colores, con la palma sonrosada y el dorso de un negro que aún se hacía más intenso bajo las uñas.

Los ojos de Angué son negros, cual negras son sus largas pestañas y su hermoso pelo, que esparcido en hebras le cubre la espalda y los hombros, haciendo resaltar el color cobrizo de su cara, rasgo característico de la india, en cuyos cutis jamás encontraréis otro color. La nariz es menos chata que las de su raza.

El blanco centauro de las llanuras, con su poncho, su facón y sus grandes espuelas, resultaba tan peligroso como el jinete cobrizo de larga lanza. Manzanares había sido dependiente en un boliche aislado sirviendo vasos de caña a través de una fuerte reja que resguardaba el mostrador de las manos ávidas y los golpes de cuchillo de los parroquianos.

Estaba Sabel fresca y apetecible como nunca, y las floridas carnes de su arremangado brazo, el brillo cobrizo de las conchas de su pelo, la melosa ternura y sensualidad de sus ojos azules, parecían contrastar con la situación, con la mujer que sufría atroces tormentos, medio agonizando, a corta distancia de allí. Hacía tiempo que el marqués no veía de cerca a Sabel.

Iban casi desnudos, con largos mandiles de cuero sobre el cuerpo cobrizo, como esclavos egipcios ocupados en un rito misterioso. El calor les hacía exponer sus miembros al chisporroteo del hierro, que volaba en partículas de ardiente arañazo. Algunos mostraban las cicatrices de horrorosas quemaduras. Sanabre señaló la boca del horno. Iba á comenzar la colada.

Esperamos a ver lo que ocurría, los seis hombres en los remos; yo, de pie, en el timón. Una de las barcas pasó; la otra, según dijeron, se perdía. ¡Hala! ¡Fuera! dije yo. Salimos de las puntas. El horizonte se llenaba de nubes negras, cuyas formas cambiaban continuamente; a lo lejos, en el fondo del cielo, cerca del agua, se veía una barra negrísima, cuyo borde superior tenía un tinte cobrizo.

Su gorra negra casi se confundía con el tinte cobrizo y barnizado de su cara, en la que se destacaban los ojos de mirada mansa y una dentadura de rumiante, fuerte y amarillenta, que se descubría al contraerse los labios con sonrisa de estúpido agradecimiento.