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Su aparente aspecto vulgar se debía únicamente a su nacionalidad mixta, y aun cuando era una joven muy astuta, que poseía toda la sutil perspicacia del italiano, Reginaldo había descubierto que era una compañera viva y entretenida.

Esa fue la razón que evidentemente tuvo Blair para posesionarse de la fotografía, después de la muerte del italiano. Cuando llegó aquí, me mostró el paquete de cartas, y me prometió mil libras esterlinas si le revelaba las confidencias del italiano.

Á dicha mujer podian aplicarse los versos siguientes de un célebre poeta italiano: Una cautiva que nombrarte temo, Cautiva con el nombre de señora; Una mujer bellísima en extremo Porque es muy bella la mujer que llora. Habia resuelto no nombrarla, para no profanar un sepulcro lleno de misterios y de dolores; pero no quiero dejar á los lectores con esa intranquila curiosidad.

Comenzó cuando la arquitectura gótica era todavía considerada como característica de los edificios religiosos, y para las demas construcciones estaba ya admitido en toda la Europa culta el nuevo estilo italiano conocido con el nombre de Renacimiento.

Pidieron su mano para el hijo de un par de Inglaterra y para el hijo de un miembro de la Cámara de los señores de Viena; su mano para el hijo de un banquero de París, y para el hijo de un embajador de Rusia; su mano para un Conde húngaro, y para un Príncipe italiano... y también para muchos jóvenes que no eran nada, ni tenían nada, ni nombre, ni fortuna.

Como Antoñita manifestase deseos de leer un libro italiano titulado Le Ultime Lettere di Jacopo Ortis, Amaury, que tenía esa obra en su biblioteca, y entre las más estimadas por cierto, fue al día siguiente a entregársela a la señora Braun; pero habiéndose encontrado por casualidad con Antonia en la antesala, no pudo menos de cambiar con ella algunas palabras.

La cólera le hacía olvidar todo lo que sabía de español, y lanzaba blasfemias en italiano, aludiendo á la Virgen y á la mayor parte de los habitantes del cielo. Además, pedía á los que intentaban separarlos que le dejasen comerse tranquilamente los hígados de su rival.

Un joven arquitecto, italiano, que el gobierno ha contratado para concluir la obra, se ha comido ya todas las uñas y el bigote mirando la esfinge. Mi humilde opinión es que ha llegado el momento de llamar al homeópata, para satisfacción de la familia, porque el Capitolio está muy enfermo y no le veo mejoría posible.

Mas no hay que pensar en esto. De lo que me alegro infinito contestole el notario. No podéis imaginaros, doctor, hasta qué punto la idea de heridas avivadas y de bordes suturados me descomponen los nervios. ¡Examinemos otros medios más suaves, yo os lo ruego! La cirugía raramente procede con dulzura; pero, en fin, os queda la elección entre el sistema indio y el italiano.

Este libro es más leído en el extranjero que en la nación en cuya lengua se escribió, pues corren varias ediciones, en alemán, latín, italiano, etc., que se imprimieron poco después de su aparición en Madrid.