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Empezaban á retirarse los parroquianos más trasnochadores del boliche, cuando llegó Robledo ante la casa ocupada por Elena. Subió con pasos quedos la escalinata, llamando discretamente á la puerta después de unos instantes de vacilación. La puerta se abrió al poco rato, asomando á ella Sebastiana, sorprendida por este llamamiento cuando iba á acostarse.

Y al oir su canto, quedaban como embobados por una delicia voluptuosa. Según ellos, sólo una mujer de gran hermosura podía cantar así. Una semana después de haberse instalado los Torrebianca en la nueva vivienda anunció Sebastiana á sus amigas que la señorona, á partir de aquella noche, iba á recibir diariamente á sus amistades, lo mismo que hacían las damas ricas de Buenos Aires.

«¿Qué hacer? siguió pensando . ¡Ay! ¿En dónde me he metidoUnos golpecitos en la puerta del salón la hicieron abandonar sus pensamientos. Entró Sebastiana con expresión tímida é indecisa, manoseando una punta de su delantal. Al mismo tiempo sonreía mirando á la señora, como si buscase palabras para dar forma al deseo que la había traído hasta allí.

Don Carlos era violento en el mandar y no admitía objeciones de las mujeres, sobre todo cuando ya habían pasado de cierta edad. El patrón aún está muy verde decía Sebastiana á sus amigas ; y como una ya va para vieja, resulta que otras más tiernas son las que reciben las sonrisas y las palabras lindas, y para sólo quedan los gritos y el amenazarme con el rebenque.

La última noticia que hizo circular la locuacidad de los jinetes delanteros sirvió para que esta indignación común encontrase dónde satisfacerse. Las revelaciones de Sebastiana fueron conocidas en un momento por todos.

Los rectángulos rojos que proyectaban sobre el suelo las puertas del boliche eran eclipsados con frecuencia por las sombras de los que entraban y salían. Adivinó que todos disputaban sobre lo ocurrido aquella tarde, tomando partido por el ingeniero ó por el contratista. Al llegar á la casa de Elena, salió á recibirle Sebastiana en lo alto de la escalinata.

De pronto se repelieron los dos con el empellón de la sorpresa, procurando al mismo tiempo reparar el desorden externo de sus personas. Al otro lado de la puerta, Sebastiana golpeaba la madera con los nudillos, pidiendo licencia para entrar.

Toda la mañana siguiente anduvo Sebastiana adormecida y con los pies torpes por haberse levantado al amanecer, como era su costumbre, después de mantenerse despierta hasta que se marcharon los invitados.

¿La envía su patrón?... ¿Trae alguna carta de él? Sebastiana acogió estas preguntas con una extrañeza que hizo dilatarse sus ojos oblicuos. ¿Qué patrón?... ¿El marqués?... No nada de él. Yo creía que estaba aquí. Vengo por otra cosa.

Sebastiana quiso quedarse en la estancia, al lado de Celinda, sin creer necesario para ello el permiso del patrón. El mismo don Carlos había rogado á Watson que se quedase también hasta el día siguiente, en que volvería él. Tengo que hacer una cosita urgente en la Presa. Deseo decir unas palabritas á cierta persona.