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Se abrió poco después la ventana del dormitorio de la señora, y apareció ésta, haciendo signos al recién llegado para que hablase en voz baja. Sebastiana se esforzó por oir, pero la ventana estaba tan lejos, que sólo reconcentrando su atención pudo alcanzar fragmentariamente algunas palabras. Estas palabras eran dichas con voces tan tenues, que no pudo tener una certeza absoluta de su exactitud.

Dicen que ha habido un bochinche en la estancia de don Carlos Rojas. El comisario y muchos hombres se fueron para allá. A Sebastiana, según continuó diciendo la chinita, la habían visto algunos en las afueras del pueblo, á caballo y acompañada por el doméstico del señor Robledo. Habrá ido á ver si le ocurrió algo á su antigua patroncita.

A espaldas del boliche le dió Sebastiana el recado con voz misteriosa, llevándose un dedo á los labios varias veces en el curso de su mensaje. Además guiñó un ojo para que el gaucho «no la tuviese por zonza», dando á entender que sospechaba en qué pararía su aviso. Cuando la mestiza se hubo marchado, Manos Duras tardó en volver al boliche.

Entró la expedición en la Presa al anochecer, después de haber descansado en la estancia de Rojas, donde esperaba Sebastiana.

Este gesto indicó á Pirovani que debía marcharse, y el contratista se apresuró á obedecerla; pero mientras se dirigía hacia la puerta todavía la atormentó con palabras y gestos de enamorado que desea inspirar admiración por su heroísmo. Cuando Elena se vió sola, llamó á gritos á Sebastiana. La mestiza tardó en presentarse.

Manos Duras había desaparecido en la callejuela inmediata, y hasta los dos policías, juzgando inútil su vigilancia, se iban alejando hacia el boliche. Otra vez sonó la puerta del salón bajo los discretos llamamientos de Sebastiana. Ahora entró más resueltamente, pero hablando en voz baja y sonriendo con una expresión confidencial. ¿Ha venido el señor? preguntó Elena.

Vió sentada en el umbral de su puerta á Sebastiana, que parecía aguardarle, á juzgar por el gesto de satisfacción con que le acogió.

El ingeniero sabía bien que Torrebianca estaba en su casa con los otros padrinos; pero necesitaba hablar á Elena urgentemente. A pesar de su deseo, retrocedió al ver que Sebastiana le abría toda la puerta invitándole á pasar adelante. Tuvo miedo de encontrarse á solas con la marquesa en el salón. Su entrevista debía ser breve.

Sebastiana, que había acogido las primeras palabras como si las escuchase mal, por parecerle inauditas, al oir que le recomendaban ser discreta, olvidó su asombro para afirmar vehementemente que la patrona podía estar tranquila en cuanto á la prudencia con que ella acostumbraba á cumplir los encargos. Salió de la casa, marchando á toda prisa hacia el boliche.

Después de besuquear á la joven, miró Sebastiana á don Carlos con una indignación algo cómica, añadiendo: Ya que el patrón y yo no podemos avenirnos, me voy á la Presa, á servir donde el contratista italiano. Rojas levantó los hombros para indicar que podía irse donde quisiera, y Celinda acompañó á su antigua criada hasta la puerta del edificio.