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Los conventos cerraban las puertas a toda novicia procedente de «la calle». Las hijas de los chuetas se casaban en la Península con hombres notables o de gran fortuna, pero en la isla apenas encontraban quien aceptase su mano y sus riquezas.

Era aquel zapatero convertido, que traía a la nueva fe todas las violencias de su antigua fama de devorasantos. Hablando a su protector le aterraba con los aspectos sanguinarios de su devota vehemencia. No había más verdad que la religiosa, y al que no la aceptase, ¡leña! Un poquito de Inquisición no estaba de más en estos tiempos de herejía y desprecio a Dios.

Su buque está detenido en el puerto por una avería; debe usted quedarse un mes en tierra; encuentra en un viaje á una mujer que comete la tontería de acordarse de que le conoció en otros tiempos, y se dice: «Magnífica ocasión para entretener agradablemente el fastidio de la espera...» Si yo le creyese, si aceptase sus deseos, dentro de unas semanas, al quedar listo el buque, el héroe de mi amor, el paladín de mis ensueños, se haría al mar diciendo como último saludo: «¡Adiós, imbécil

Luego la había seguido, hasta adquirir la completa evidencia de su infortunio. Margarita no se lo había imaginado nunca tan vulgar y ruidoso en sus pasiones. Esperaba que aceptase los hechos fríamente, con un ligero tinte de ironía filosófica, como lo hacen los hombres verdaderamente distinguidos, como lo habían hecho los maridos de muchas de sus amigas.

Un suceso vino a turbar en cierto modo la vida de la familia Belinchón. Gonzalo fué nombrado inopinadamente alcalde de Sarrió, por mediación del duque de Tornos. Su primera idea fué rechazar aquel nombramiento, presentar alguna excusa; pero cayeron sobre él don Rosendo y todos sus amigos, poniendo tanto empeño y calor en que aceptase, que no tuvo más remedio que hacerlo.

; Antonio las acompañará se apresuró a decir Teresa. Ya la pobre mujer la rogaba con su mirada que aceptase, como si fuese para ella una esperanza que su marido prolongase la conversación con la viuda. ¡Quién sabe cuántas cosas podía decir doña Manuela al marido infiel! No hubo medio de excusarse.

Además, su orgullo legítimo de mujer amante le inspiró el recelo de que si don Juan aceptase aquella paternidad, ya no sería ella misma quien venciera, sino el niño, y por último pensó también que como al fin y a la postre habría de descubrirse la mentira, sería fatal para ella que su ingenio de enamorada pudiese ser calificado como ambiciosa tramoya y conspiración de aventurera.

Me parece que el sol ha recobrado todo su esplendor, creo que el porvenir me reserva alegrías, y que es una suerte que el universo exista. «Blanca se casa, señor cura. Blanca se casa con el conde de Kerveloch. ¡Dios mío, qué pareja tan linda! Y decir que no ha faltado más que un átomo, una línea, para que aceptase al señor de Couprat.

Si al fin aceptaba Bringas, se iría solo a su ínsula, y la desconsolada esposa se quedaría en Madrid con libertad de estrenar cuantos vestidos quisiera. Pero siendo lo más probable que el gran economista no aceptase, Rosalía se calentaba los sesos discurriendo la salida de su compromiso, y al fin halló una fórmula que, mucho antes de la ocasión de emplearla, revolvía y ensayaba en su mente.

Resistió el casarse con aquel señor, que sólo había visto de niña dos o tres veces, viudo hacía poco tiempo, y cuyas extravagancias conocía por oírselas narrar entre carcajadas a su padre y hermano, ¡los mismos que ahora la apretaban para que le aceptase por marido! No fue muy tenaz, sin embargo, en su resistencia.