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Pasé varios días mortales, es cierto, en que no hubo delante de mis ojos ni la sombra de la esperanza. Pero ahora ya no la tengo en Julio, ahora es otra clase de esperanza, muy distinta, aunque muy inexplicable. Inquietud ya no siento. Es algo así como si tuviera júbilo de morirme y dejarlos a ustedes felices.

Ella, como si adivinase el pensamiento de Rafael, hablaba con lentitud del estado anormal en que se hallaba. No qué tengo esta noche. Quiero llorar sin saber por qué; siento en una inexplicable felicidad, y sin embargo prorrumpiría en sollozos. Es la primavera; ese maldito perfume que es un latigazo para mis nervios.

A la postre no tuvo más remedio aquél que inclinarse ante la voluntad de Dios y confesar su presencia. Lo hizo con gran placer. Después de sus sacrílegas dudas, estaba ansioso de ver los testimonios de la omnipotencia y de la bondad infinitas; quería anegarse en el océano de lo inexplicable, de lo sobrenatural, para escapar a la crítica minuciosa y perversa que todo lo marchita.

Varias veces sentí un principio de amor, un interés repentino, una relampagueante emoción; pero luego aplicaba serenamente mi juicio a los fundamentos de toda pasión incipiente, hasta que lograba disiparla. Es axiomático que las mujeres desconfían de los hombres en general y confían en ellos en particular. Esto es un poco inexplicable, pero es así. Yo procuré siempre hacer lo contrario.

Yo me voy, que tengo mucho que hacer». Metiose el original moralista en su simón, y apenas había llegado a la Plaza de los Carros, empezó a sentir en su alma una inquietud inexplicable.

Sentía inexplicable miedo de las miradas de la gente, y aunque pocos o ninguno la conocían, figurábase que la conocían todos, y que de cada boca salía un comentario acerca de ella. Por desgracia, asunto no faltaba. Pero si la miraban los hombres, era para admirarla, y si cuchicheaban luego, rara vez decían algo fundado en un conocimiento verdadero de la realidad.

Circulaba a su espalda el movimiento humano acompañado de vivos resplandores; ante él la silenciosa calma del mar tropical, dormido como un lago sin riberas. Estaba triste. La alegría del champán que le había acompañado al levantarse de la mesa, convertíase ahora, al quedar solo, en una melancolía inexplicable.

En esta última su principal objeto era dar picadero a una jaca que Pablo había cambiado por otra más vieja. Y ¡cosa extraña! a pesar del enajenamiento amoroso en que nuestro mancebo se hallaba, recibió la visita de los équites con inexplicable alegría, les ayudó afanosamente en su tarea. Al marcharse sintió una impresión de vacío en su vida.

Ramiro bebió resueltamente, confiado en su destino. El hombre de la daga miró a los demás con expresión inexplicable. No era nuevo su rostro para Ramiro.

Pero le sucedía algo inexplicable: a veces pensaba en él con un sentimiento que parecía amor y multitud de apasionadas ideas venían a encantarla. En esos momentos, dominada por un singular arranque de ternura, le escribía cartas de enamorada sumisa. Maravillada de misma, pensaba que el amor la había iluminado de pronto.