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En torno de la mesa central, y alumbrados por enorme quinqué de aceite con pantalla verde, estaban tres caballeros jugando al tresillo. El dueño de la casa era uno de ellos. Tendría de cuarenta y seis a cuarenta y ocho años de edad; hacía tres que estaba enteramente imposibilitado para moverse, de resultas de un ataque apoplético que le paralizó las dos piernas.

Dejaremos la otra para Pepillo que se divierte mucho con estas cosas.... Repito que nunca me pareció más bella la rubia señorita. Cuando la contemplé a la luz del quinqué la vi como envuelta en una atmósfera de oro.

Yo trabajaba; mi mamá cayó enferma; mi padre entró de corrector de pruebas en una imprenta donde se hacía un periódico grande, muy grande... Trabajaba todas las noches junto a un quinqué de petróleo que le abrasaba la frente. Pues ponerse a escribir. Todos los días entraba con una mano de papel y la llenaba de cabo a rabo. ¿Qué creerá usted que escribía?

Plácido y el pirotécnico se cambiaron otra mirada. Si no llega á estar enfermo ese... ¡Se simula una revolucion! añadió negligentemente el pirotécnico, encendiendo un cigarillo por encima del tubo del quinqué; y ¿qué haríamos entonces? Pues hacerla ya de véras, porque, ya que nos van á degollar... La tos violenta que se apoderó del platero impidió que se oyese la continuacion de la frase.

Cerraron tras la puerta de la boardilla; pero esta puerta, vieja y desvencijada, tenía tales rendijas, que le permitieron a Miguel enterarse de lo que dentro ocurría: el cura encendió un quinqué, que había sobre la mesa de la plancha, y acto continuo se despojó de la sotana, y quedó en mangas de camisa hecho un gladiador; y para que todavía la semejanza fuese más perfecta, remangóselas, y lo mismo los pantalones.

¡Anda, anda, frutilla temprana!... ¡En la que te has metido! dijo Encarnación encendida de ira . ¿Y qué vas a hacer ahora? Ya no tienes salvación, ya estás perdida. Bien me lo temí y bien te lo dije cuando te vi en estos andares. Yo tengo mucho mundo añadió señalando del modo más insinuante su ojo derecho ; aquí dentro hay mucho quinqué. Pues, claro, a esto habías de venir a parar.

Doña Paula encendió sobre la mesa del despacho el quinqué de aceite con que velaba su hijo.

En esta se habían prodigado las luces: dos bujías a los lados del piano vertical; sobre la consola, en los candelabros de zinc, otras cuatro de estearina rosa, acanaladas; en el velador central, entre los albums y estereóscopos, un gran quinqué con pantalla de papel picado.

Cerrada ya la noche, cuando dió un grito para que acudiese Sebastiana, ésta contestó adivinando sus deseos: ¡Allá voy con la lámpara!... Y apareció llevando un gran quinqué, que puso sobre la mesa, en mitad del salón. Iba á retirarse, creyendo que lo había hecho todo, cuando la detuvo la señora. ¿Usted sabe dónde podrá estar en este momento ese Manos Duras de que me habló antes?

El P. Gil estaba sentado a su mesa de escribir, leyendo a la luz de un quinqué. Una sonrisa de afecto y entusiasmo contrajo los labios de la joven devota. Abrió de golpe la puerta para darle una grata sorpresa y exclamó con alegría: ¡Padre, aquí me tiene usted! El sacerdote levantó los ojos sorprendido. La sonrisa de la beata se heló repentinamente en su rostro.