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Luego, después de una corta pausa, durante la cual rellenó de tabaco su pipa, y con sus ojos fijos en pensativamente, añadió: Hace un momento que ha dicho usted que Blair le ha legado su secreto, pero no me ha explicado los términos exactos de su testamento. ¿No decía nada sobre eso?

Este le dio las gracias con bondad y miró el presente muy cerca, distraídamente, porque estaba acostumbrado a examinar así todo lo que tomaba en las manos. Entretanto, los ojos redondos, brillantes y sorprendidos del pequeño Aarón estaban fijos en él; el niño se había parapetado tras de la silla de su madre y desde allí lanzaba sus miradas furtivas.

¿Es usted de Reus? exclamaba en la oficina al contestar a un transeúnte . Pues el Estado catalán ha pactado con el de Castilla. Vamos a beber unas tintas, como buenos ciudadanos confederados. Las comidas del domingo en casa del Mosco eran tranquilas y plácidas. Feliciana, la hija, del cazador, servía la mesa o permanecía inmóvil junto a la pared, con los ojos fijos en Maltrana.

En el techo de esta sección, la cámara del capitán, con vista a todas direcciones, y arriba, allá en la cúspide, como un mangrullo de nuestra frontera, como un nido en la copa de un álamo, la casucha del timonel, donde el práctico, fijos los ojos en las aguas, para adivinar el fondo de sus arrugas, dirige el barco y tiene en sus manos la suerte de los que van dentro.

¿Quiere usted que sea hoy mismo? ¿Después de haber recibido al Señor?... Bien: porque usted lo dice. Será un nuevo sacrificio. Callaron un instante el confesor y la penitenta. Doña Cristina volvió la cabeza, como si descansase antes de entrar en la segunda parte de su confesión; y al ver tan próxima á Pepita, fijos en el devocionario sus ojos cándidos, se pegó más á la rejilla.

Pasó ante los dos amigos, muy erguida, con el libro bajo el brazo, la dama norteamericana, que hasta entonces había estado leyendo en su sillón. Varias veces sorprendió Fernando, por encima del volumen, unos ojos claros fijos en él, y que al encontrarse con los suyos volvían hacia las páginas.

En la cabecera, una cruz con letras grabadas profundamente á punta de cuchillo, obra piadosa de los compañeros de armas. «Desnoyers...» Luego, en abreviaturas militares, el grado, el regimiento y la compañía. Un largo silencio. Doña Luisa se había arrodillado instantáneamente, con los ojos fijos en la cruz: unos ojos enormes, de córneas enrojecidas, y que no podían llorar.

Los que empezaban á volver la cabeza atraídos por el estrépito de la puerta no continuaron su movimiento; los que estaban enfrente permanecieron con los ojos fijos en el que entraba: unos ojos agrandados por la sorpresa, como si no pudiesen creer lo que veían. El gramófono calló repentinamente.

Hullin sacudió la cabeza; Catalina, con los labios contraídos, se sentó frente a él, muy derecha en la silla, con los ojos fijos y atentos, y dijo: ¿De modo que la cosa está mal... decididamente... y tendremos la guerra aquí? , Catalina; de un día a otro veremos llegar a los aliados a nuestras montañas. Lo sospechaba..., estaba segura de ello; pero hable usted, Juan Claudio.

Bonifacio miraba a su mujer con los ojos fijos, combatido por dos opuestas corrientes: un instinto ciego le decía: ¡Guarda, Pablo! ¡No te fíes, no cantes, hay trampa! Otra tendencia poderosa le hacía ver el cielo abierto y le empujaba el enternecimiento. ¿Si su mujer sería capaz de comprenderle, de comprender su amor al arte y a los artistas?