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El sainete comenzaba, y apareció entonces Villamelón, solemne, imponente, erguida la cabeza, tieso el torso ya algo panzudo, trayendo de la mano a Jacobo, que ofrecía el tipo de hombre más hermoso, elegante y señoril que pudiera imaginarse.

Por eso llevaba la cabeza tan erguida que casi daba con el cerebelo en las espaldas, y sus ojos medio cerrados despedían por entre las negras y largas pestañas relámpagos de suficiencia y protección a los presentes.

Valor, España; generosa y fuerte, prefiere noble muerte a contemplar tu pabellón manchado; muéstrate en tu desgracia más gigante que en tus sangrientas guerras te has mostrado. Si tu triste derrota es vergonzosa de tu propia vergüenza, victoriosa álzate, erguida en pie. ¡Patria, adelante!

Don Carlos Rojas estaba en la habitación principal de su estancia, sentado á la mesa con don Roque, el comisario de Policía del pueblo. Una muchachita mestiza se mantenía erguida junto á ellos, mirándolos con sus ojos oblicuos, en espera de órdenes.

Detrás de Materne, Hexe-Baizel, con un largo escobón de retamas verdes en la mano, la cabeza erguida y vuelta de espaldas al borde de la peña, pareció llamar un momento la atención del oficial. A su vez, él era objeto de una curiosidad singular.

Precipitose en el cuarto vecino, que ocupaba Carolina; luego pasó rápidamente a su propio dormitorio, y apareció de repente ante él, erguida, amenazadora, con un fuego abrasador en los pómulos, fruncidas las cejas y contraída su garganta. Pareciole al coronel que su cabeza se achataba y se deprimía su boca como la de un ofidio. ¡Roberto! dijo con voz ronca y enérgica. ¡Oiga, coronel!

Es indudable que este hábito de trabajar así, de abstraerse en la contemplación de su obra, de mirarla incesantemente, con la cabeza erguida y los ojos bajos, acentuó en gran manera la natural rigidez de su continente.

Era una hermosa mula negra salpicada de alazán, firme de piernas, de pelo lustroso, grupa ancha y redonda, que llevaba erguida la enjuta cabecita guarnecida toda ella de perendengues, lazos, cascabeles de plata, borlillas; además de estas buenas cualidades, reunía otras que el Papa no apreciaba menos: era dulce como un ángel, de cándido mirar y con un par de orejas largas en constante bamboleo, que le daban aspecto bonachón... Todo Aviñón la respetaba, y cuando pasaba por las calles no había agasajos que no se le hiciesen, pues todos sabían que ése era el mejor medio de ser bien quisto en la corte, y que con su aire inocente, la mula del Papa había conducido a más de uno a la fortuna.

Jaime miró con tristeza a la servidora, que permanecía erguida ante él.

Después de la ceremonia, salió Amaury de la iglesia con la cabeza erguida, como desafiando al universo mientras que el doctor caminaba con la frente inclinada, como queriendo desarmar con su humildad la cólera celeste.