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¿Quiere usted que sea hoy mismo? ¿Después de haber recibido al Señor?... Bien: porque usted lo dice. Será un nuevo sacrificio. Callaron un instante el confesor y la penitenta. Doña Cristina volvió la cabeza, como si descansase antes de entrar en la segunda parte de su confesión; y al ver tan próxima á Pepita, fijos en el devocionario sus ojos cándidos, se pegó más á la rejilla.

Copiaré las seducciones mundanas para servir á Dios. El murmullo del confesor sonó largamente, como si diese consejos. De vez en cuando, le interrumpía doña Cristina con sus afirmaciones de penitenta sumisa. Así lo haré, Padre. ¿

Tenía las mejillas encendidas y los ojos asustados. Procuraba evitar el encuentro con los de su penitenta, que sentía posados constantemente sobre él. Por atracción irresistible o por casualidad llegó un momento en que se cruzaron sus miradas. La joven dejó escapar una risita maliciosa. El sacerdote apartó prontamente la vista y permaneció grave, como si no la hubiera advertido.

En vez del gozo que esperaba, vio cruzar por ellos un relámpago de ira al cual sucedió instantáneamente una expresión de absoluta indiferencia, la misma expresión de cansancio y hastío que hacía tiempo reflejaba su semblante. Alzose con lentitud de la silla, sin contestar a la exclamación de su penitenta, y avanzó hasta ella en silencio.

A instancia de la presidencia relató de nuevo la escena en que el P. Gil arrojó de casa a su penitenta. A las pocas palabras ésta dio señales de agitación y se puso horriblemente pálida. ¡Falso, falso! gritó sin poder contenerse.

Hacía ya bastante tiempo que D. Joaquín distinguía mucho a esta señorita, su penitenta. Estas distinciones llegaban al alma a D.ª Serafina, que por lo visto aspiraba al monopolio de ellas. Teniendo en cuenta que el capellán, fuera del acto de ser engendrado y nacer, era en un todo hechura suya, parecía que tenía derecho a ello.

Recordaba lo que le sucediera a Santa Teresa, y se propuso con el ejemplo no despreciar por ridículas ciertas menudencias, señales de una conciencia siempre alerta, ni considerar como deslumbramientos y trampantojos los que muy bien podrían ser favores reales del Cielo. Lo que más le impresionó en la piedad de su nueva penitenta fue el afán de mortificarse.

Mientras abría el ventanillo opuesto preparando una sonrisa como saludo á la nueva penitenta, Pepita fué á arrodillarse al lado de su madre. Comulgaron tras una breve espera, después de rezar su penitencia y salieron del templo, saludando con inclinaciones de cabeza á las amigas que aún estaban arrodilladas ante los confesonarios.

Y como suele acontecer en casos semejantes, se apretó más el lazo entre ellos; esto es, la confianza y el afecto fueron mayores. Al cabo de poco tiempo consultaba con su penitenta, no sólo los asuntos piadosos, sino también los domésticos; era su consejera espiritual y temporal. La joven devota penetraba todos sus pensamientos, a veces antes de formularse con precisión en su cerebro.

El carácter débil y bondadoso del padre Gil no supo resistir a aquellos ataques, y convino al fin en poner en práctica lo que su penitenta había imaginado. Obdulia se personó poco después en su casa. Habían enterado a D.ª Josefa de todo.