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Amigo dijo Pinilla, mirándole con mucha sorna, usted lo dijo; ¿no se acuerda usted ya de aquella parte de su discurso en que decía: "¿Nos detendremos con timidez, asustados de nuestra propia obra? No. Estamos en un intermedio horrible. La mitad de este camino de abrojos es el mayor de los peligros. Detenerse en esta mitad es caer; es peor que no haber empezado."

Silas, agitado por el temor más grande que podía asaltarlo, se precipitó hacia afuera gritando: «¡Eppie!», y corrió rápidamente hacia el espacio sin cerco, explorando las cavidades secas en que hubiera podido caer e interrogando en seguida con los ojos asustados la superficie lisa y rojiza del agua. Gotas frías de sudor le mojaron la frente. ¿Cuánto tiempo haría que había salido?

Esta gran revolución no ha llegado á su augusto apogeo, no ha llegado al punto supremo de justicia: ha sido hasta ahora un paso tan sólo, el primer paso. ¿Nos detendremos con timidez asustados de nuestra propia obra? No: estamos en un intermedio horrible: la mitad de este camino de abrojos es el mayor de los peligros.

Pero antes de que el miserable pudiera beber, el anciano, pálido de rabia, precipitose sobre el intruso, y asiéndolo con sus poderosos brazos y arrastrándolo a través del grupo de asustados comensales que los rodeaban, alcanzó la puerta abierta de par en par por los criados, cuando Carlos Tomás exclamó, con un grito angustioso: ¡Deténgase! Parose el anciano.

Del fondo de la arboleda se elevaban nubes de pájaros, unas veces en forma de triángulo, otras en forma de corona, siendo las más grandes de estas aves del volumen de una mosca. Todos los habitantes de la selva adormecida escapaban asustados al sentir la aproximación de este monstruo inmenso.

Por no perder sus mochilas emprendían arriesgadas ascensiones en la oscuridad. A la menor alarma huían de las gargantas, dando rodeos por lugares casi inaccesibles, que infundían horror al ser vistos a la luz del sol. Los cuervos graznaban asustados en sus alturas al percibir el roce de unos animales desconocidos que gateaban en las tinieblas.

Del silencio de la arboleda surgían gritos de pájaros invisibles, saludos burlones a los bípedos que avanzaban en el silencio junto a los matorrales, evitando destacar sus siluetas sobre los espacios de tierra blanca; menudas carreras que denunciaban el medroso despertar de los conejos, asustados por los pasos cautelosos de la cuadrilla. Maltrana dudaba de la realidad.

Se levantó, avisada por el instinto, no queriendo permanecer á la vista de la gente en aquella postura. Sus ojos enormes, inexpresivos, asustados, fueron mirando alrededor, sin reconocer á nadie. Al encontrarse un momento con los de Miguel parpadearon, suplicantes.

Gime, herida, la infeliz; lloran asustados los granujas, y el iracundo marinero sale al balconcillo renegando de su estrella y maldiciendo á su mujer. La borrachona los consumió en aguardiente.

Cuando éste comía en casa, era sabido que habría gran calor en la mesa, mucho ruido, gritos desaforados: el dueño de la fonda, el cocinero y el pinche, cuando la algazara subía de punto, asomaban disimuladamente las narices por la puerta un poco asustados; mas al instante se tranquilizaban oyendo palabras que no comprendían, y se retiraban de nuevo a la cocina.