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Pues, señores, ya que he escrito el resumen de la historia administrativa del gobernante, no dejaré en el tintero, pues con su excelencia se relaciona, el origen de un juego que conocen todos los muchachos de Lima. Nada pondré de mi estuche, que hombre verídico es el compañero de La Broma que me hizo el relato que van ustedes a leer.

Los nombres de todos ellos los conocía Ferragut por haberlos leído en las Trovas de Mosén Febrer, métrico relato en lemosín de los hombres de guerra que vinieron al cerco de Valencia desde Aragón, Cataluña, el Sur de Francia, Inglaterra y la remota Alemania.

Y rodeada de todos los españoles, que atraídos por la curiosidad iban poco a poco acudiendo, la voluminosa señora comenzó el relato de sus infortunios... De aquella hecha se llevaba la trampa a la España entera; la gente se escapaba de Madrid a bandadas, y no parecía sino que la trompeta del Juicio Final había sonado en la corte.

Lejos de ello, don Santiago, temiendo haberse corrido demasiado allá en sus palabras, y reparando por primera vez en que había, aunque remota, alguna semejanza entre los casos maldecidos por él y el caso de la marquesa, se apresuró a responder: Nada hay en el relato de usted, mi distinguida y respetable señora, que merezca esa pena tan dura.

Al llegar aquí, el tío Correa interrumpió su relato para dar una explicación que consideraba necesaria. Como Dios es un rey, los que le rodean se esfuerzan por imitar á los cortesanos terrenales, adoptando todos los sentimientos y las pasiones de su regio amo con más firmeza que éste.

Impresionado por el lúgubre relato que acababa de oír, intenté reconstruir con la imaginación el pobre buque difunto y la historia de esta agonía cuyos únicos testigos fueron las aves goletas.

Leto, con la frente apoyada en su mano izquierda y el codo sobre la rodilla, no respondió a Nieves una palabra. Estaba aturdido, fascinado, quizá por los recuerdos que evocaba el relato; quizá por el acento conmovedor y la expresión irresistible de los ojos de la relatora.

dijo Rita ; es un libruco pequeño.... ¿Verdad?... También a «me le sacó» y me relató en él unas cosas muy apuradas «de comer y beber lloros».... ¡Válgame Dios!...

¿Cómo está doña Paula? ¿Le ha desaparecido la rija del ojo? ¿Y Pablo? ¿Continúa con la misma afición a los caballos? ¿Y Venturita? A todas sus preguntas respondió el señor de Belinchón con monosílabos. ¿Sabes, Gonzalo dijo parándose de pronto, que por un poco me mato ahora mismo? ¡Cómo! Le contó con prolijidad el percance del muelle. Terminado el relato, cayó en una profunda consternación.

La pobre señora Aubry, que no tenía las mismas razones que María Teresa para recibir alegremente estas confidencias, quedó desolada. Cuando la señora Gardanne y Diana hubieron partido, llamó a su hija, y su aire afligido probó a María Teresa que su tía y su prima se habían complacido en hacer el mismo relato.