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María Teresa demostraba, a pesar suyo, alguna frialdad, y Diana fastidiada por este silencio, no se atrevía a iniciar el único motivo de conversación que la interesaba. La campana de jardín anunció una visita; Diana se levantó, curiosa, y volvió precipitadamente hacia su prima. ¡Ah, esto es demasiado! ¡Adivina quién está ahí! ¡Martholl mismo! ¡Ha dejado a Alicia y renunciado a su bicicleta!

María Teresa bajó sola poco después; quería estar allí para recibir a Juan. Algunos días antes, Jaime había escrito, desde Budapesth, que creía que Juan pasaba por una crisis moral, que debían atenderlo un poco, así como debían convidarlo a pasar unos días en Pervenches.

Antonio sabe mucho y es capaz de hacerme ver que lo blanco es negro. Y la buena Teresa, a pesar de su encono, sentíase dominada por la admiración que profesaba a su marido, aquel modelo, «aunque le estuviera mal el decirlo». Pero ¿qué hizo usted?

Fuimos Teresa, Juana y Catalina, El sábado, Leonor, á Manzanares: Si bien yo melancólica y mohina De darme este don Juan tantos pesares. 1900 De tu dueño las partes imagina; Que cuando en su valor, Leonor, repares, Presumirás, pues no me he vuelto loca, Que soy muy necia ó mi afición es poca.

Hállanse también en la costa S. los puertos de Virac y Calolbon, y el bajo Teresa donde se pierden con frecuencia las embarcaciones, y la punta Agojo en los 127° 45' longitud, 13° 48' latitud.

Y la duquesa aquel día real y verdaderamente despachó a un paje suyo, que había hecho en la selva la figura encantada de Dulcinea, a Teresa Panza, con la carta de su marido Sancho Panza, y con el lío de ropa que había dejado para que se le enviase, encargándole le trujese buena relación de todo lo que con ella pasase.

-Eso no, marido mío -dijo Teresa-: viva la gallina, aunque sea con su pepita; vivid vos, y llévese el diablo cuantos gobiernos hay en el mundo; sin gobierno salistes del vientre de vuestra madre, sin gobierno habéis vivido hasta ahora, y sin gobierno os iréis, o os llevarán, a la sepultura cuando Dios fuere servido.

Y de nuevo, oprimía contra él el brazo de la joven. Cuando llegaron al umbral de los salones iluminados a giorno por globos eléctricos revestidos de flores, Huberto la enlazó y la arrebató en vertiginosos giros, al son de una orquesta de zíngaros. En su vestido de tul que la envolvía como una nube, esfumando graciosamente sus formas finas y puras, María Teresa estaba interesantísima.

Yo no hago sino anhelar para lo que encarece en sus escritos la madre Teresa de Jesús, a quien todos tienen por santa exclamó nerviosamente el mancebo.

María Teresa se estremeció, pero no pudo responder porque la señora Aubry que subía detrás de ellos, los alcanzó para decirle a Juan: ¿Quieres velar también esta noche, hijo mío? No, esta noche le corresponde a Jaime... Voy solamente a ver si mi querido señor no me necesita respondió Juan sencillamente y si Jaime no se ha dormido.