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Y un pesar tan grande lo invadía, ante la sola idea de permanecer tres meses sin verla, que había preferido seguir sufriendo como en el tiempo pasado, a la angustia de la hora presente. Los Aubry dejaban, pues, a Creteil, en los primeros días de julio, para instalarse en su villa de Pervenches.

No es solamente en previsión de una permanencia en Pervenches, por lo que he tomado estas disposiciones; tengo la intención de volver a visitar las cristalerías de Bohemia. He oído hablar de nuevos procedimientos de fabricación; querría examinarlos, para someterlos a su aprobación, mi querido protector.

María Teresa bajó sola poco después; quería estar allí para recibir a Juan. Algunos días antes, Jaime había escrito, desde Budapesth, que creía que Juan pasaba por una crisis moral, que debían atenderlo un poco, así como debían convidarlo a pasar unos días en Pervenches.

Pero Diana no procedía con el mismo tacto y abrumaba a su prima con alusiones más o menos veladas sobre los obsequios siempre excesivos de Huberto Martholl. Estos temas de conversación eran dolorosos para Juan, y le aumentaban el deseo que tenía de huir de Pervenches. La ocasión que buscaba se presentó en breve. Un día, paseando, habló con entusiasmo a Bertrán, de la Alemania y de la Selva Negra.

Si al dejar a Pervenches, Juan experimentaba algún alivio en huir de las emociones torturadoras, llevaba en el corazón la terrible herida de los celos, convencido de que cuando volviese a ver a María Teresa, ella no sería ya libre. Su sola esperanza estaba en encontrar en un trabajo encarnizado, el poder que necesitaba para olvidar a la joven.

Estaba contenta de que Juan viniese a Pervenches, porque, aunque veía con menos frecuencia que antes al compañero de su infancia, le conservaba mucha afección.