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Cierto que todo lo ocurrido, con ser tanto y tan enorme, no le había apartado de sus propósitos; que se mostraba leal y cariñoso y resuelto a pelear contra todo linaje de obstáculos que se atravesaran en el camino que los dos se habían trazado en horas bien risueñas; pero esto podía ser, sería indudablemente, abnegación en él, compasión que ella le inspirase, sacrificio de muchos respetos, y sacrificios bien dolorosos acaso; y este recelo la afligía mucho más que el verle alejado de ella.

Durante los dolorosos siglos de la Edad Media, el temor transformó los hombres, y este sentimiento funesto les hizo ver caras gesticulantes y ridículas, en donde nuestros antepasados sorprendieron la sonrisa de los dioses, transformando en antesala del infierno la alegre tierra que para los helenos fué la base del Olimpo.

¡Vaya por Dios! ¡vaya por Dios! murmuró el caballero con acento que distaba mucho de sonar como el grito de triunfo del vencedor satisfecho. Le pasó la mano suavemente por el lomo y quiso reconocerle la herida; pero el pobre animal lanzaba mayidos cada vez más dolorosos. ¡Qué diablo! ¡qué diablo! profirió en el colmo del disgusto.

Ocho semanas hacía que estaba sin colocación y sus escasos medios se encontraban casi agotados, cuando Ah-Fe derramó en sus manos el subsidio inesperado. La plúmbea niebla se hizo más intensa con la noche, y los faroles entraron temblando a la vida, mientras la señora de Galba, absorta en dolorosos recuerdos, permanecía aún asomada a su ventana tristemente.

La multitud invadía el muelle para reconocer los heridos, esperando encontrar al padre, al hermano, al hijo o al marido. Presencié escenas de frenética alegría, mezcladas con lances dolorosos y terribles desconsuelos.

Gabriel paseó largo rato por la desierta plazuela, subiéndose hasta las cejas el embozo de la capa, mientras tosía con estremecimientos dolorosos. Sin dejar de andar, para defenderse del frío, contemplaba la gran puerta llamada del Perdón, la única fachada de la iglesia que ofrece un aspecto monumental.

Es imposible decir las mil flechas invisibles, los choques dolorosos, las heridas ocultas y resumidas en esta sola palabra: ¡Un estreno!

Al angustioso movimiento de los pulmones uníanse ahora nerviosos estremecimientos, cada uno de los cuales parecía repercutir en los dos hermanos. Don Juan palidecía como si sufriera los movimientos dolorosos de aquel cuerpo inerte, y miraba a su hermana con la misma expresión que si fuese ella la que martirizara al enfermo.

Huberto Martholl se había reunido a ellos, indudablemente. El casamiento no podía demorarse más, puesto que el señor Aubry estaba ya bueno y los asuntos arreglados... ¡Ah! ¡los terribles, los dolorosos celos atenazaban el corazón y el cerebro de Juan, cuando evocaba aquella hora tan próxima!

Este recuerdo trajo consigo otros muchos, todos dolorosos, en que se mezclaban su esposa, su hija y Ricardo, poniéndole ante los ojos las graves desdichas que en poco tiempo había experimentado. Levantose bruscamente y salió de la habitación. Ricardo, conmovido igualmente y dominado por un gran abatimiento, quedó cabizbajo y silencioso.