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Cerca de ellas estaba la señorita de Morí, carirredonda, vivaracha, de ojos negros maliciosos, huérfana y rica. Un poco más allá la señora de Ciudad, dormitando sosegadamente hasta que llegaba la hora de recoger a las seis hijas que tenía diseminadas por los distintos parajes de la sala. Allá, en un rincón, su hermana María charlaba íntimamente con un joven.

María... ¿Te vas?... No..., iba a ver si llegaba el padre. ¿Pero no te irás?... No, hombre, descuida; no me voy... ¿Estarás aquí hasta que muera?... Hasta que mueras estaré replicó ella dulcemente.

Diciendo esto, salió precipitadamente de la casa, como si temiese volverse atrás de su determinación; y fue a aparejar su burra. Don Federico preguntó la tía María, cuando quedaron solos con la niña, que permanecía aletargada , ¿no es verdad que la pondrá usted buena con la ayuda de Dios? Así lo espero contestó Stein , ¡no puedo expresar a usted cuánto me interesa ese pobre padre!

Doña Francisca Negrete de Santander era hija del licenciado Diego de Santander, oriundo de la Montaña, y de doña María de Medina, vecinos de

Algunos días después de la guasa de Paco Gómez se hallaban en la famosa tertulia, a más de tres o cuatro pollastres, el mismo Paco, Manuel Antonio, D. Santos, el capitán Núñez, D. Cristóbal, Fernanda, María Josefa Hevia y dos de las chicas de Mateo. No se pensaba todavía en jugar.

Y todo Santa María temblaba de impaciencia y de deseo por conocer el resultado del combate que iba a librarse detrás de la montaña. Zarpa el balandro que se balancea sobre las olas, y brilla en el azul de los mares como una centella. VÍCTOR HUGO, «Navarin».

Debemos parecer dos fantasmas, Pedro... ¿Será cierto que estamos dentro de una nube? ¡Ya lo creo! ¿De una de esas nubes que vemos correr por el cielo? ¿Pues de qué otras quieres que sea? ¡Ave María!

¿Le gusta a usted el teatro? Eso , sobre todo los dramas en que hay cosas que la hacen llorar a una. ¡Ave María Purísima!... Esas obras en que sale aquello de «¡hijo mío!... ¡padre mío!...». Esas, y otras en que hay pasos de mucha aflicción, y sacan las espadas, y se desmaya una actriz porque le quitan el hijo.

En su estado de espíritu, le habría sido penoso hablar, aunque sólo fuera algunos instantes. Por huir de las despedidas y de las frases triviales, se ocultó en un bosquecillo de plantas, queriendo solamente percibir la forma blanca y ligera que estaba esperando. María Teresa y Diana seguían a distancia al señor y la señora Aubry. Se reían.

La Sanguijuelera, que había visto y gozado un número infinito de funciones de tal especie desde la entrada de María Cristina hasta la de D. Juan Prim, desde esta hasta las festividades del actual reinado, hallaba en aquel espectáculo desinteresados placeres. Encarnaba en la novelería, la bullanga y el entusiasmo monárquico del antiguo pueblo de Madrid.