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Andaba lentamente, tambaleándose, con las manos extendidas como si temiese tropezar, porque estaba medio ciego, y así llegó sin ver a la marquesa hasta el lecho de Diógenes, y allí comenzó a palpar hasta tropezar con una mano de este; entonces, con sonrisa de niño que contrastaba con sus cabellos blancos, con voz cascada pero dulce, que el asma atroz que padecía tornaba un poco premiosa, dijo muy bajo: ¡Perico..., Periquito..., hijo mío!

Pero pasada una semana, al organizar la poetisa una nueva fiesta, reaparecía el desterrado, siempre humilde y melancólico, encogiéndose como si temiese ocupar demasiado espacio en los salones de su mujer. Yo no continuó una de las murmuradoras para qué da estas fiestas estando arruinada. Fíjese en la mesa que nos ofrecerá luego.

Había que cortar, fuese como fuese, el abastecimiento de la isla odiada. En el Mediterráneo no ocurrirá nunca eso. Puedo asegurártelo... Los submarinos sólo atacarán á los buques de guerra. Y como si temiese un renacimiento de los escrúpulos de Ulises, extremó sus seducciones en las tardes de voluptuoso encierro. Se renovaba, para que su amante no conociese el hastío.

Con esta brusca interrupción del marino se hizo el silencio. Catalina puso un gesto triste, como si temiese que se reprodujeran ante Febrer las ruidosas escenas que había presenciado muchas veces al discutir los dos hermanos. Don Benito levantó los hombros y habló sólo para Jaime. Su hermano estaba loco: un corazón de oro, pero loco, rematadamente loco.

Te lo daré todo, ¡todo! dijo misteriosamente al oído de Maltrana. Después miró a los inmediatos cerros con inquietud, como si temiese la presencia de algún curioso. Vigila bien añadió . Apenas veas el carro del tío Polo, avisa. ¡Mucho ojo! Y llevándose un dedo a la nariz para indicarle discreción y vigilancia, se introdujo en el estrecho túnel que conducía a la cuadra. Transcurrió mucho tiempo.

Y como si temiese hablar demasiado y que alguien le espiase, se despidió apresuradamente de Fermín, volviendo al lado de los trabajadores que golpeaban los toneles. Montenegro siguió adelante, entrando en la principal bodega de la casa, donde se guardaban las soleras antiguas y envejecían los vinos de crianza.

Además, en medio de su miseria, eran la única demostración de que allí vivía un intelectual. El cura, siguiendo las ojeadas del Indio converso, examinaba con aparente distracción los retratos y leía y releía los nombres impresos al pie, como si temiese olvidarlos.

Reparó en esto doña Guiomar, y apretósele el corazón, y empezó a nacer en ella la enemistad amarga de los celos contra Margarita; que a ella le parecía que Cervantes no miraba de una manera tan indiferente como ella hubiera querido a la hermosa huérfana; y con competidora se encontraba, y tal en cuanto a las bellezas corporales y en cuanto a las del alma, que por sus lucientes ojos mostraba, que era para que doña Guiomar temiese, y mucho, por el buen suceso de sus amores.

A él sólo le interesaba el Mediterráneo de la Edad Media, el de los reyes de Aragón, el mar catalán. Y como si temiese molestar el orgullo regionalista de su juvenil oyente, el pobre secretario daba explicaciones. La llamada marina catalana no era sólo de Cataluña: pertenecía á los monarcas aragoneses, y entraban en ella todos sus Estados marítimos.

Sus voces eran gemidos; pero no lloraron, no se atrevieron a besarse, a estrecharse las manos en presencia del mediquillo burlón y de aquellos enfermos que les miraban fijamente. Ella se alejó por un corredor obscuro, precedida por el médico. Su paso vacilaba... pero no quiso volver el rostro atrás, como si temiese perder toda su firmeza.