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Para , Blanca era una verdadera resurrección del pasado; la misma aparente frialdad de la madre, la misma palidez casi mate; los grandes y sombreados ojos de Fernanda, y un busto, que dejaba ver un escote en el que los nervios preponderaban sobre la carne.

Pues por ello precisamente nació en el pecho de Fernanda un deseo, primero vago, después vivo y anhelante, de rendirle. Esto es muy humano y sobre todo muy femenino: no necesita explicación. En el fondo de su alma, la hija de Estrada-Rosa sentíase inferior al conde de Onís.

La excitación de los sentidos, que al fin despertaban en ella de un modo violento, juntábase al cosquilleo del amor propio herido, para mantener vivo este deseo. Poco le faltaba, cuando veía a Luis a su lado, para abrirle su pecho y confesarle la abrasadora pasión que sentía. Sin conciencia clara de lo que hacía, Fernanda buscaba a su ex-novio por la finca.

¿Cree usted? preguntó el conde, mirándola con fijeza. ; vaya usted replicó la dama con perfecta serenidad ya, huyendo su mirada. Pues usted me permitirá que la desobedezca. No quiero exponerme a un desaire. ¡Qué importan los desaires a un enamorado!... Porque usted, por más que diga, está enamorado de Fernanda... Se le conoce a la legua.

Amalia no sólo le hablaba de amor con los ojos, pero le imponía su voluntad, le hacía ejecutar todos sus caprichos, a veces le reprendía ásperamente. Anunciaba, por ejemplo, que se iba a marchar: al volver los ojos se encontraba con los de Amalia que le decían que se quedase, y se quedaba. Trataba de bailar con Fernanda, y una mirada severa bastaba para retenerle.

El indiano, que se vio tan honrado, no cabía en de gozo, y comenzó con voluntad excesiva y la ordinariez que le caracterizaba a prodigarle mil atenciones. Fernanda las recibió con semblante grave, pero sin repugnancia. Y vino, como es natural, aquello de las «tres veces y tres veces noel «contentar a todos los presentes,» «un favor y un disfavoretc., etc.

Pues nada, este infeliz se figura prosiguió el marica, sin hacer caso de la mirada recelosa que le dirigió que porque Fernanda Estrada-Rosa gasta algunos remilgos no le gustan las peluconas como a todo hijo de vecino... ¡Tonto, tonto, más que tonto! Hombre, Fernanda ya es otra cosa manifestó el Jubilado, que no estaba en el ajo Es una chica muy rica y no necesita casarse por el dinero.

Pero aquel diablo se les resbalaba por entre los dedos como una anguila. Mostrábase durante algunas noches tierno y amartelado con Fernanda; no se apartaba de ella el canto de un duro.

A través de su relato pintoresco, frívolo, lleno de travesuras y de risas, recuerdo el duro camino que el autor de «Fernanda» ha recorrido antes de llegar á tan alto.

Rechazar el pecado valerosamente, purificarse, librarse del fuego eterno... y además poseer a Fernanda. Hacía tiempo que sus relaciones criminales no tenían más que un punto luminoso, Josefina. Si no fuese por ella, se hubiera marchado de Lancia.