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Actualizado: 17 de mayo de 2025


Fernanda se me quejaba de la indiferencia de su yerno y yo procuraba imitar a mi tío tratando de no dejarme entusiasmar por la cháchara de aquellas dos señoras.

No es cierto; pero está muy bien la modestia, unida a la hermosura y al talento. No; si ya de sobra que no tengo talento. No te mortifiques en decírmelo. Hija, te acabo de manifestar lo contrario... En el tono displicente de Fernanda iba entrando un poco de acritud. En el del conde, pausado, ceremonioso, se advertía leve matiz de ironía. Vamos, entonces te he entendido al revés.

Fernanda charlaba con toda la alegría de su corazón, sin curarse de la timidez de su adorador, al contrario, gozando al ver el empeño pueril con que evitaba el confesar su amor, sabiendo que en cuanto ella diese la señal se entregaría atado de pies y manos. El momento llegó al fin. Un día la hermosa viuda se resolvió a declararse ella. Hablaban del matrimonio; de las segundas nupcias.

Fernanda sonreía clavándole una mirada, cariñosa; el mismo D. Pedro dulcificaba sus ojos, altivos, feroces y dejaba escapar de su garganta un amago de carcajada. ¡Qué esfuerzo prodigioso le costaba al conde aparecer sereno en estos, momentos! Le parecía que tenía un abismo abierto a sus pies.

No te diré que Fernanda esté chalada por , pero que anda en camino de ello lo digo y lo sostengo aquí y en todas partes. Hace ya tiempo que lo vengo notando. Las mujeres son caprichosas, incomprensibles; hoy rechazan una cosa y mañana la apetecen y están dispuestas a hacer cualquier disparate por lograrla. Fernanda comenzó rechazándote... ¡Entodavía! ¡entodavía! manifestó sordamente el indiano.

Y si no, ya veréis el día que se case, ¡qué cambio en la población! prosiguió Manuel Antonio. Tendremos banquetes a diario y bailes y giras campestres... ¡Pero si a Fernanda no le gustan los bailes! exclamó Emilita Mateo, que bailaba con Paco Gómez y daba la espalda al grupo. Yo no he hablado para nada de Fernanda, niña repuso el marica en tono severo.

Esta tarde debía venir Fernanda a casa. Matilde me dijo después de almorzar que saliese y no volviese hasta el oscurecer..., y cuando volviese estaría todo arreglado, o poco había de poder. Mi hermana se pinta para estas comisiones. Obedecí. Di más de mil vueltas por Sevilla, y cuando vi que oscurecía me fui a casa. Crea usted, don Ceferino, que me temblaban las piernas.

Después de hacerse rogar mucho por sus dos auxiliares, y de suplicar encarecidamente y por los clavos de Cristo que aquello permaneciese en secreto, sacó al fin del bolsillo una carta. Era de Fernanda a una amiga de Nieva.

Al cruzar a su lado dirige una mirada distraída al fondo, y chocan sus ojos con otros grandes y lucientes. Siente un estremecimiento eléctrico, vuelve la cabeza con presteza, pero sólo percibe ya la trasera de la silla que se aleja. Tira de las riendas al caballo y la sigue: a los pocos momentos se detiene avergonzado y prosigue su marcha. ¿Sería Fernanda?

Sin embargo, sintió un fuerte estremecimiento al escuchar muy cerca de su oído estas palabras: ¡Qué hermosa te has puesto, Fernanda! Se hallaba tan distraída que no advirtió que el conde se había sentado a su lado. Involuntariamente se llevó la mano al sitio del corazón. Repuesta inmediatamente, sonrió diciendo: ¿Te parece? ... Y yo qué viejo, ¿verdad?

Palabra del Dia

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