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Actualizado: 17 de mayo de 2025


Yo miraba el suelo, compartiendo la vergüenza de mis tíos; y Fernanda, fría, sin curiosidad, con sus ojos claros desmesuradamente abiertos, abanicándose con toda calma, miraba abstraída hacia arriba, como si entre el techo y nuestro palco pasase una visión a través de la sala.

Eran las diez de la noche cuando subían ambas los peldaños de piedra, que rezumaban siempre por la humedad, de la vasta escalera señorial de los Quiñones. Al llegar arriba Emilita prohibió al criado que las anunciase. Ella misma abrió la puerta del salón y empujó a Fernanda hacia adentro. Fue una aparición que dejó extáticos por un instante a los tertulios.

Cuando iba a contestar a las últimas palabras de la orgullosa heredera, los ojos del conde, derramando una mirada distraída por el salón, tropezaron con otros que se le clavaron lucientes y celosos. Alargó la mano a su amiga y con sonrisa forzada dijo: ¡Qué mal me estás tratando, Fernanda! Como siempre, por supuesto... Yo, sin embargo, ya sabes... el mismo devoto idólatra. Hasta ahora.

¡Julio! me dijo con la más perfecta y aristocrática urbanidad: ¡Fernanda! Y dándose vuelta y señalando a la más joven, repitió, como toda presentación: ¡Blanca! Me incliné reverenciosamente y al levantar los ojos, vi la imagen doble de mi compañera de teatro ¡dieciocho años ha!... Me parece que nosotros somos viejos amigos me dijo Fernanda.

En efecto, el indiano se había levantado en silencio de la silla y, sorteando las parejas de baile, fue solapadamente a sentarse al lado de Fernanda.

Fernanda se agarró con mano crispada al tronco de una magnolia. A la vuelta era Amalia quien hablaba. No es verdad eso. Ya te he dicho que para siempre hay un punto negro. Por más que pretendo forjarme la ilusión de ser la primera... ¡La primera y la última! Yo no amaré a otra mujer más que a ti. No sabes los celos que tengo del pasado. Cada día más. Di la verdad: ¿la has querido o no? No.

Al aparecer Fernanda en sociedad, y aun antes, cuando era una zagalita que iba con la criada al colegio, produjo su figura, su elegancia y sobre todo la amenaza de los seis millones que iban a caer, andando el tiempo, en su regazo, una verdadera explosión de entusiasmo.

En ese momento Fernanda, excitada también, se ponía de pie, pronta para entrar en la escena que se preparaba. No dije a Blanca en voz baja, siempre que usted no me amenace. Julio dijo Fernanda, por Dios, déjenos...

Fernanda tenía dieciocho años; pálida, de ojos claros y grandes, fríos y como azorados entre las densas ojeras que los sombreaban; en sus labios gruesos que dibujaban una boca que podía llamarse grande sin injusticia, trazábase no qué vaga sonrisa, en la que un observador sagaz habría encontrado el amor y el desdén reunidos en un consorcio inexplicable; la cabeza era noble y altiva, sin embargo.

Fernanda se sentó y permanecía seria y pensativa. , ; debes ir, Santos manifestó Manuel Antonio. Repara que la chica ha dejado una silla vacía a su lado... No puede insinuarse de modo más claro. Al decir esto hizo un guiño al conde.

Palabra del Dia

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