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Actualizado: 17 de mayo de 2025
Hasta la llegada de Fernanda, Amalia no había pensado en ello. No teniendo rivales en Lancia, había puesto menos diligencia cada día en el cuidado de su persona, dejó del todo aquella plausible coquetería que sirve a la mujer para perpetuar el encanto de su persona. Sólo al ver la espléndida hermosura de la hija de Estrada-Rosa se dignó echar una mirada a sí misma.
Y el conde obedecía gustoso sus insinuaciones, se iba dejando dominar por el ascendiente de aquella mujer tan débil de cuerpo como fuerte de voluntad. Una noche en que llegó a casa de Quiñones cuando aún no había nadie, le dijo la dama bruscamente: ¿Quién le ha puesto a usted ese clavel en el ojal, Fernanda? El conde, sonriendo ruborizado, hizo signo afirmativo.
No había concluido el primer acto, cuando en un palco de la izquierda aparecieron Fernanda y Blanca Montifiori con el doctor Montifiori y mi tío. Las dos mujeres estaban radiantes de belleza y de lujo. Parecían dos hermanas. Todas las miradas se concentraron en el palco, todos los anteojos se clavaron en Blanca y Fernanda. Don Benito, que estaba a mi lado, me tocó el brazo.
Algunos días después de la guasa de Paco Gómez se hallaban en la famosa tertulia, a más de tres o cuatro pollastres, el mismo Paco, Manuel Antonio, D. Santos, el capitán Núñez, D. Cristóbal, Fernanda, María Josefa Hevia y dos de las chicas de Mateo. No se pensaba todavía en jugar.
Fernanda besó a su padre y entró en el coche. El pobre anciano, al recibir aquel beso en la mejilla, pensó que una corriente de aire frío entraba por ella paralizando sus miembros y helándole el corazón. El látigo chasquea. «Adiós, Fernanda; abrígate, Fernanda. Adiós, Santos. Que vengan ustedes pronto.» Ya están en camino. Antes de una hora llegan a Meres, esperan la diligencia y suben en ella.
Las calles, empedradas de grueso guijarro, resplandecían a la luz de los reverberos. Al salir de la casa unos tomaron por la calle abajo; otros, entre ellos Fernanda, hacia arriba en dirección a la plaza. Pocos pasos habían dado cuando sintieron el estrepitoso trotar de unos caballos que doblaban en aquel instante la esquina y bajaban hacia ellos.
Desde la memorable escena de la Granja, Fernanda vivió en estupor doloroso, en un abatimiento de alma y de cuerpo que alarmó a su padre. Hizo llamar al médico.
Entonces, ¿cómo eras capaz de... No oyó más. Fue bastante para hacer brotar de sus ojos una lágrima. Trató de huir. Cuando iba a hacerlo observó que los traidores se habían detenido al extremo de la calle. Amalia echa los brazos al cuello a su amante, le pone los labios en la boca y le da un beso que se prolonga, se prolonga una eternidad. Fernanda cierra los ojos.
Luis comenzó a sobresaltarse, a emitir sus opiniones con voz temblorosa, a tratar de huir la conversación. Fernanda dijo de repente con perfecta calma y en tono resuelto: Yo no volveré a casarme segunda vez. Se puso pálido.
Amigo mío le respondí con tono triste y desengañado , en este momento me hallo en igual caso que usted... Dentro de unos momentos voy a saber si mi novia me quiere o me manda con la música a otra parte... Esto último será lo más probable. Conque ya puede usted dispensarme. Pero ¿cree usted que Fernanda...? replicó con egoísmo feroz, sin tomar en cuenta para nada mi confidencia.
Palabra del Dia
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