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Actualizado: 17 de mayo de 2025


Cerca de un año duraron las relaciones. Los novios se veían en la tertulia de las señoritas de Meré. D. Juan Estrada-Rosa, al decir de sus íntimos, se hallaba muy complacido. Varias veces se había insinuado con el conde para que entrase en la casa; pero éste no le había comprendido o había fingido no comprenderle. Fernanda se lo propuso con claridad un día.

Corríase que al casarse con Fernanda, veinte años atrás, el doctor Montifiori había enajenado su interesante personalidad en cambio de la belleza de su esposa y ocupado una legación en no dónde.

En una carroza tirada por cuatro bueyes vestidos con percalina roja, sus cuernos adornados con ramaje, venían tres máscaras, queriendo figurar una a Fernanda Estrada-Rosa, otra a su padre y otra a Granate. Este último traía un sombrero de cuernos. De vez en cuando se paraba la carroza y ejecutaban una farsa ridícula y grosera que hacía bramar de regocijo a los curiosos que en torno se reunían.

Poco importa el vestido si se lleva el duelo en el corazón apuntó María Josefa, que en los cinco años trascurridos había aguzado prodigiosamente el filo, el contrafilo y la punta de su lengua. Las mejillas de Fernanda se tiñeron de carmín. Se avergonzó como si fuese un delito no sentir la pérdida de Granate. Luego, irritada por aquella hostilidad, estuvo a punto de mostrar violentamente su enojo.

Es que las ha sorprendido usted en el momento de la conferencia. Estoy seguro de que nada malo le sucederá... Fernanda le quiere a usted... Me consta. ¡Oh, no! exclamó el apasionado joven. ; le quiere a usted, hombre... Ya verá usted. Estuve por decirle: «¿Cómo no ha de quererle, siendo vieja y fea y no teniendo a nadie que la mire a la caraPero me contuve.

Guardaba silencio algunos momentos, pugnaba por decir algo, movíanse sus labios, pero en vez de articular lo que quería, expresaban otra cosa distinta, algo trivial y ridículo que le avergonzaba en cuanto salía de ellos. Fernanda le observaba con atención, ganando la serenidad y la calma que él perdía rápidamente.

Porque parece así como si tuvieras olvidado por completo el catecismo, y ella viniese a refrescarte la memoria. Pero, en fin, en eso no debo meterme porque no me concierne. El resultado es que te casas. Haces bien. El hombre está mal solo, y cuando halla una compañera digna, como has hallado, no debe perder la ocasión. Fernanda es una buena muchacha; segura estoy de que te hará feliz.

¿Por qué no?... Las cuadrillas son de regla en un baile. ¡Para nosotros no! Nosotros hemos pasado las últimas en el balcón... ¿Que dices, Blanca? preguntó Fernanda con un acento de sorpresa. ¡, mamá, en el balcón! Don Benito me miraba con una sonrisa llena de picardía, y yo hacía un esfuerzo supremo para contener mi emoción.

La madre te adora y la madre es la protectora de esa criatura. ¡Oh! Fernanda me conoce desde muchacho: tenía veinticuatro años cuando yo tenía diez o doce, pero la hija... La hija es igual a la madre; ambas son mujeres de coraje y de avería, lindas como unas tórtolas y peligrosas como dos lobas.

Es más, como Matilde tenía un carácter más firme, o era más tiesecilla, según la expresión vulgar, pronto llegó a dominar a su dócil y bonachona amiga. Mas por lo que respecta a Eduardito, nunca había cesado aquel sentimiento de protección maternal con que Fernanda le trataba.

Palabra del Dia

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