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Actualizado: 17 de mayo de 2025


¡Qué elegantísima Fernanda! exclamó el conde en voz baja, inclinándose con afectación. La bella apenas se dignó sonreír, extendiendo un poco el labio inferior con leve mueca de desdén. ¿Cómo te va, Luis? dijo alargándole la mano con marcada displicencia. No tan bien como a ... pero, en fin, voy pasando. ¿Nada más que pasando?... Lo siento.

Pero Amalia, implacable, le puso poco después en un conflicto preguntándole en voz alta con sonrisa maliciosa: ¿Quién le ha dado a usted ese clavel tan lindo, Fernanda? No, yo no se apresuró a responder ésta. Y el conde, otra vez turbado y rojo, volvió en voz alta a la explicación que acababa de dar en secreto.

Exijo, pues, como condición para que la niña vuelva a ser lo que era que rompas inmediatamente con Fernanda y no te acuerdes más de ella. ¡Pero Amalia! exclamó con acento dolorido. Bien comprendes que es imposible. Mi boda está concertada; lo sabe ya todo Lancia: Fernanda me espera en Madrid; faltan muy pocos días... Aunque faltase un minuto. Esa boda no se celebrará.

Tal cual; pero víctima de su mujer; figúrense ustedes, que el día domingo, doña Medea metía en la cama a su marido para que no saliera a la calle. ¿De veras? Garanto y don Benito reía a carcajadas. Yo me había acercado a Blanca y le había dado el brazo. Don Benito se había quedado con Fernanda en el mismo sitio en que las habíamos encontrado.

Es necesario que escribas una carta a Fernanda despidiéndote. La escribiré. Ahora mismo. Ahora mismo. Amalia se asomó a la escalera y pidió a Jacoba recado de escribir. Como no había allí mesa, lo puso sobre la cómoda. El conde se acercó y se dispuso a escribir de pie. Amalia también se acercó. Es esto lo que quiero que le escribas dijo presentándole un papel. Era el borrador de la carta.

Observando con atención sus relaciones con Fernanda, percibió en ellas un dejo de frialdad que no venía ciertamente de la rica heredera. Conoció que el conde se engañaba a mismo haciendo esfuerzos por quedar enamorado, y aún más por aparecerlo. Tomaba sus amores como una obligación honrosa que le exigían sus años y posición.

¡Qué les habrá hecho mi pobre hija! exclamaba con voz temblorosa, próximo a sollozar. Fernanda se había retirado a su habitación temprano y se había metido en la cama. Si la sorprendió la algazara que sonaba en la calle o contaba ya con ella, no es fácil saberlo.

Y cambiando de tono y como adoptando una resolución, añadió: tengo hambre, ¿lo oye usted? ¡lléveme a cenar! Salimos del balcón y entramos de nuevo en la sala. Yo tenía la sangre en la cabeza, pero aquella mujer estaba fría como una lápida. En la escalera del comedor encontramos a don Benito que paseaba a Fernanda todavía.

Y como yo pretendiera objetarle, me interrumpió, diciéndome en voz baja y acongojada. Mi hija, sólo mi hija me atrae a la vida... Llegábamos a casa en el momento mismo que entraban Fernanda y Blanca después de una batida por las mejores tiendas de lujo. Madre e hija estaban lindísimas como de costumbre y vestidas con una suprema elegancia.

En ciertos momentos se reprendía a mismo con amargura; pensaba que aun casado con Fernanda no alcanzaría la felicidad si no podía ver a su hija todos los días. Bien entendía que era esto imposible continuando en poder de Amalia. Por eso soñaba con arrebatársela: imaginaba con placer desatinados proyectos de rapto: huir con ella y con Fernanda a cualquier rincón del mundo tranquilo y ameno.

Palabra del Dia

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