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Cristeta tenía que salir con el pelo suelto, corpiño liso, muy escotado, de raso azul eléctrico, zapatos de lo mismo, nada en los brazos y en las piernas mallas hasta la cintura; es decir, desnuda: porque aunque de sus carnes sólo habrían de verse el escote y brazos, todas las líneas y prominencias del cuerpo quedaban de manifiesto.

La compañera de Fernando fue transformándose al marchar entre los gritos y risas de este alborozo general. Percibía él ahora con mayor intensidad el perfume misterioso escapándose de las profundidades del escote.

Y, dentro del cenador, en la penumbra fresca, ella se tiende a medias sobre el banco carcomido... Se seca con el pañuelo la frente, el cuello, hasta el escote de la bata... ¡Qué hermosa es así! ¡qué hermosa!

Alegre y amigo de chanzas y de burlas, se hallaba en todas las reuniones y fiestas, cuando no eran a escote, y las regocijaba con la amenidad de su trato y con su discreta aunque poco ática conversación.

Carmen Tagle se echó a reír encogiéndose de hombros, y Leopoldina volvió a mirarlas, diciendo por debajo de los gemelos: Pues te digo que con el terciopelo que gastó la madre en cubrirse hasta las orejas podía haber subido un poquito el escote de la hija... ¡Vaya con la indecente!... Y la chica es monísima... ¿Cómo se llama?...

Contestando á la súplica muda de aquellos ojos que la imploraban desde lo alto, murmuró repetidas veces, con una voz vagorosa, como si hablase en sueños. ; haré lo que quieres... ¡Lo que quieras! El, más agresivo en su pasión, hundía su brazo libre en el cálido encierro de la capa, apoderándose de las desnudeces que dejaba indefensas el escote del vestido.

Unas se tapaban el escote aún sudoroso con el cachemir de cien colores; otras se envolvían entre las pieles del skunc, el zorro azul y la marta zibelina; esta contestando a un saludo, aquella buscando una mirada entre los apiñados rostros, todas parecían en aquel momento hermosas y felices, aunque muchas lo pareciesen sin serlo; todas llevaban algo que decir o habían dado algo que envidiar.

Las camisas presentaban coquetonamente el adornado escote, ocultando la lisa falda; los pantalones estiraban, simétricas y unidas, una y otra pierna; las chambras tendían los brazos, las batas inclinaban el cuerpo con graciosa laxitud. El blanco suave y ebúrneo de las puntillas contrastaba con el candor de yeso del madapolán.

Mi ruina es verdadera... Mira. Señaló el triángulo de carne que dejaba libre el escote de su traje. Un collar de perlas descansaba sobre el blanco pecho. Miguel acabó por fijarse en estas perlas, atraído por la insistencia de ella. Falsas, escandalosamente falsas; todas descascarilladas, opacas y amarillentas como gotas de cera.

Para , Blanca era una verdadera resurrección del pasado; la misma aparente frialdad de la madre, la misma palidez casi mate; los grandes y sombreados ojos de Fernanda, y un busto, que dejaba ver un escote en el que los nervios preponderaban sobre la carne.