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Cuando pasaron muchas noches escapándose siempre ella, apesadumbrado don Andrés, exaltado y como fuera de , le dio las más sentidas quejas, hallándola sola en la antesala. La vehemencia de los sentimientos del cacique se revelaba en su precipitado discurso, en su gesto, en su ademán y en su acento conmovido. Sin reparar en nada levantó la voz.

Entrevió, como un ideal glorioso, el burlar a toda aquella gente, escapándose y aumentando el daño antes causado con otros daños mayores.

Y escapándose con ligereza subió media docena de escaleras que tenía la buharda y abrió de par en par la ventana. Una ola de luz viva, intensa y consoladora invadió súbitamente todo el desván y deslumbró a nuestro joven. ¡Aquí está, aquí está el Menino! gritó Marta desde arriba con entusiasmo . ¡Está muy cerca!... ¡Menino! ¡Menino!... ¡Ven acá, tonto!... ¡Toma, toma!... ¿No me conoces?...

De algún tiempo á esta parte el característico patadeon bicol principia en la cintura, habiéndose aumentado el traje con la camisa y candonga tagala, pero de todos modos el patadeon es tan poco honesto como buen agente escultural, no escapándose á la flexibilidad de aquellas ligeras telas ni las más ocultas de las líneas, y sabido es que la línea que predomina y define la belleza en el eterno femenino es la curva.

El mismo Ródano es el único desaguadero del lago, escapándose como una ancha cinta de lázuli, á la altura de 368 metros sobre el nivel del mar, al traves de Ginebra, de cuya circunstancia deriva su nombre la ciudad, según la etimología céltica de gin, salida, y av, rio.

La compañera de Fernando fue transformándose al marchar entre los gritos y risas de este alborozo general. Percibía él ahora con mayor intensidad el perfume misterioso escapándose de las profundidades del escote.

El estampador era un joven muy aficionado a la charla, hablaba sin ton ni son, escapándose de él el discurso y la palabra como se escapa el aire de un fuelle agujereado. Era un intellectus lleno de roturas. Mariano tenía en su laconismo una brutalidad sentenciosa. «¿Que habláis ahí, muchachos? dijo de pronto Juan Bou, que estaba aquel día de bonísimo talante, por haber cobrado una antigua cuenta.

Luego, con movimiento rápido, el loco separó los obstáculos de la entrada; el aire glacial penetró por la bóveda y los vapores se esparcieron en el cielo inmenso, retorciéndose y escapándose por encima de la peña, como si los muertos de aquel día y los de los pasados siglos hubiesen vuelto a comenzar en otras esferas el combate eterno.

Su talla resultaba airosa, aunque inferior a la media, y su rico traje andaluz le dejaba ver en toda su elegancia. Se desató el pañuelo rojo que rodeaba su cabeza, escapándose un bosque de cabellos que casi cubrieron su cara; sus grandes ojos brillaban con un dulce brillo.

Era hermosa, con una belleza más perturbadora que correcta. Su tez levemente dorada con el color de la naranja, sus ojos rasgados y algo subidos en su vértice, la abundante cabellera, que parecía retorcerse y vivir como un haz de serpientes negras escapándose de la opresión de las horquillas, le daban un encanto exótico.