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El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu son grande parte para que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de contento.

Al poco rato de hallarse disfrutando de la amenidad de la pomarada llegó también el conde, vestido como siempre de modo caprichoso, con un traje de franela blanca y gorra negra de caza. Traía pintados en el semblante el cansancio de todo y la sequedad de su alma.

Los ejemplos de Séneca, Marat, y otros hombres notables que murieron violentamente en el baño, no lograron darla ninguna amenidad, quizá porque no tuviese noticia de ellos. El marqués avanzó con el revólver amartillado, diciéndole: ¿Qué dirían en Madrid? ¿eh? ¿qué dirían? Castro se sitió penetrado de frío como si estuviese metido entre hielo y no en agua tibia.

Para él añadió el patriarca de Aldeacorba con profunda tristeza no existe el goce del trabajo, que es el primero de todos los goces. No conociendo las bellezas de la Naturaleza, ¿qué significan para él la amenidad del campo ni las delicias de la agricultura?

Acabó de escribir el periodista, y leyó acto continuo a don Simón lo siguiente: «Muy en breve contará la buena sociedad de Madrid con otro centro de amenidad y de elegancia. El opulento capitalista y diputado a Cortes don Simón de los Peñascales, y su distinguida familia, se disponen a recibir a sus numerosos amigos en sus espléndidos salones de la carrera de San Jerónimo

Cuando todos estos rumores llegaron a los oídos del rey y de su hermano, ambos anhelaron obsequiar a Morsamor, ver a las dos hermosas princesas y mostrar a él y a ellas el esplendor de la capital de su reino y la fértil amenidad de los huertos y cármenes que a imitación y en competencia de Chiraz había en su ruedo y en ambas orillas del Sabaki, que desemboca en la mar a corta distancia.

Por sus pasos contados y por contar, dos días después que salieron de la alameda, llegaron don Quijote y Sancho al río Ebro, y el verle fue de gran gusto a don Quijote, porque contempló y miró en él la amenidad de sus riberas, la claridad de sus aguas, el sosiego de su curso y la abundancia de sus líquidos cristales, cuya alegre vista renovó en su memoria mil amorosos pensamientos.

Se hallaba en un período de gran actividad intelectual: la placidez y amenidad del sitio, la paz del hogar, la tranquilidad de sus nervios invitábanle al trabajo.

Para que se vea con qué amenidad y galanura sabía tratar un asunto tan prosaico, diremos que en una ocasión escribía: «Las mieles, sensibles a estas alteraciones, se pronunciaron en baja y no alcanzaron estabilidad y firmeza en sus precios hasta que los cafés, los cacaos y demás géneros ultramarinos lograron reprimir sus vivas oscilacionesEra, en suma, el alma del periódico.

Fácil y discreto en cuanto dice, une el Conde, a la elegancia de la frase, la nitidez, la corrección y el método, que valen tanto para hacerse comprender; la amenidad y la gracia, que atraen al auditorio y ganan las voluntades; la firmeza que infunde el convencimiento; y la circunspección, la mesura y el sereno reposo, que cuadran y se ajustan tan bien con la índole del hombre de Estado.