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Si fuesen viejas las tres, ¿dirían algo aquellas malas lenguas?... Pero en tal momento cruzó por mi mente un pensamiento contestando a esta reflexión: «Si fuesen viejas las tres, ¿las acompañarías tan asiduamenteTuve que confesarme que no. Si las tres fuesen viejas las acompañaría menos, y si fuesen todas como la madre Florentina casi nada.

Al fin, mientras permaneciese en Nieva, no sonaba tan triste y desconsoladora, porque todo lo que veía y tocaba en su casa le hablaba de la ternura de su madre, cuando tropezaba en la de Elorza le recordaba el amor de María; pero ¿y después?... ¿Qué le dirían los campos yermos de Castilla por donde la rauda locomotora le haría cruzar? ¿De qué le hablaría la indiferente muchedumbre en las calles de Madrid?... Por eso, Ricardo temía ya, más que deseaba, el traslado que con tanta precipitación había pedido.

Yo soy mayor de edad, y me figuro que sin miedo a mamá puedo ir donde mejor me parezca. Sea así; siga viniendo, ya que tal es su gusto; pero no me negará usted que existe contra una hostilidad declarada. Y si yo llegase a amarle, ¡Dios mío! ¿qué dirían entonces de ? Creerían que había venido únicamente para seducir a don Rafael, y ya ve usted cuán lejos estoy de ello.

El mar gruñía; sonaban estridentes silbidos de los pajarracos de la noche; las gaviotas se quejaban con un lamento de niños martirizados. ¿Qué harían a aquellas horas sus amigos?... ¿Qué dirían en los cafés del Borne?... ¿Quién de ellos estaría en el Casino?... Por la mañana estos recuerdos le hacían sonreír con gesto lastimero.

Pero, vamos a ver, una razón, usted una razón gritó Olvido, otra vez restituida a su natural frigorífico. El Magistral se puso un poco encarnado. Tuvo que mentir. Estoy convidado en casa de otro Francisco hace tres días; no puedo faltar, sería un desaire... ya sabe usted lo que son estos pueblos... qué dirían.... No había tal cosa. Nadie le había convidado a comer.

Tan vanidoso es el hombre, que la palabra querida sonó en los oídos de don Quintín como una música deliciosa. Luego, por la cuenta que le traía, convenció a su mujer de que a Cristeta le era indispensable vivir sola. Ambos viejos, medio en serio, medio en broma, la llamaron descastada, ingratona y mala cabeza; pero se conformaron, quedando resuelto que a nadie dirían su paradero.

Es un vestido de hace dos años; está tan viejo, que se rompe con solo mirarlo... Inconvenientes de pasear con una pobre. Después la preocupó este rasguño tan visible. Iba á entrar en Monte-Carlo, á pie ó en tranvía; ¡qué dirían viéndola en tal estado! Un alfiler; ¿tienes un alfiler?

¿Qué dirían sus amigos, que le envidiaban como amante de Leonora, al saber que ésta le trataba como un amigo insignificante, como un buen muchacho que la distraía en la soledad de su voluntario destierro?

Para saber si dentro hay diablos ó espejos, repuso Simoun, ¡lo mejor es que ustedes vayan á ver la famosa esfinge! La proposicion pareció buena y fué aceptada, pero el P. Salví y don Custodio manifestaban cierta repugnancia. ¡Ellos á una feria, codearse con el público y ver esfinges y cabezas parlantes! ¿Qué dirían los indios?

«¡Muy bien, príncipe!... Enamorado como un adolescente pasados los cuarenta. ¡Adelante con tus necedades, si eso te divierte!... ¿Qué dirían los otros enemigos de la mujerPero él no quiso oir esta última protesta de una mitad de su persona, olvidada y hostil.