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Cuando la criada de Guimarán le contestaba: «Que el señor había pasado mejor la noche», Cármenes, sin darse cuenta de ello, torcía el gesto, y sentía una impresión desagradable parecida a la que experimentaba cuando llegaba a convencerse de que un periódico de Madrid no le publicaría los versos que le había remitido.

Cármenes, que en los certámenes de Vetusta se llevaba todas las rosas naturales, no podía conseguir que sus versos tuvieran cabida en las prensas madrileñas; y eso que empleaba en las cartas con que recomendaba las composiciones, la finura del mundo.

Y describía minuciosamente, con los pormenores que ella podía explicar a un hombre que había sido su amante y era su camarada, todas las turgencias de Ana, su perfección plástica, los encantos velados, como decía Cármenes en el Lábaro.

Y así, hay rubias muy exaltadas y volcánicas que viven entre las neveras y témpanos de Siberia, mientras no es raro ver en los cármenes del Mediterráneo morenas lánguidas y desmayadas, como sumidas en sueño letárgico a compás del vaivén de las hamacas. Así como las tormentas se producen en todos los puntos de la tierra, hay también ciclones pasionales en todas las zonas del espíritu universal.

Donde Visitación demostraba su intimidad con los amigos, su franqueza y trato sencillísimo era en casa de los demás. Allí hacía locuras. Hablaba mucho, a gritos, con diez carcajadas por cada frase. Se le había alabado su aturdimiento gracioso a los quince años, y ya cerca de los treinta y cinco aún era un torbellino, una cascada de alegría, según le decía en el álbum Cármenes el poeta.

A ruegos de los gacetilleros, singularmente el del Lábaro, se perseguía cruelmente la prostitución, pero el juego no se podía perseguir. En cuanto a las «infames que comerciaban con su cuerpo», como decía Cármenes escribiendo de incógnito los fondos del Lábaro, ¿cómo no habían de ser maltratadas, si diariamente se publicaban excitaciones de este género en la prensa local?

Pero además de las Novenas tenían las almas piadosas otras muchas ocasiones de alabar a Dios y sus santos, en solemnidades tan notables como las fiestas de Pascua y las de Cuaresma, especialmente en los Sermones de la Audiencia, pagados por la Territorial todos los viernes de aquel tiempo santo y de meditación, según Cármenes.

«Todo se puede echar a perder ahora», había pensado don Álvaro. «La devoción sería un rival más temible que Cármenes; el Magistral un cancerbero más respetable que don Víctor Quintanar, mi buen amigo». No había más remedio que jugar el todo por el todo. Había llegado la época de la recolección: ¿serían calabazas?

Esto último era lo más probable y lo que más convenía a los planes de Cármenes, el cual desde el domingo de Ramos tenía a punto de terminar una larguísima composición poética en que se cantaba la muerte del ateo felizmente restituido a la fe de Cristo. La oda elegíaca, o elegía a secas, lo que fuera, que Trifón no lo sabía, comenzaba así: ¿Qué me anuncia ese fúnebre lamento...?

Acaso para dar más contento y cierto realce de abundancia y galanía al regocijo, todos traían de sus cármenes y alquerías, para cambio o para regalo, algo que ofrecer de agradable al gusto, al olfato o a la vista.