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Es casi seguro que mis lectores se cansarán de estos sermones indigestos; pero me atrevo á suplicarles indulgencia, en gracia al menos de la buena intencion con que lo hago. ¡Quién sabe si alguna mujer, al ver estas líneas, sale del abismo de la perdicion, del abismo del lujo, de la idolatría de los aderezos, de las joyas y de las galas! ¡Quién sabe si mis fervorosos consejos pueden hacer algun bien en el mundo!

Por lo que yo digo: porque los ingleses se han aficionado al maldito whischy y no hacen caso del buen palo cortado, ni de la palma, ni de ninguna otra de las exelencias de esta bendita tierra... Lo que yo digo: dinero, venga dinero: que vuelvan aquí, como en otros tiempos, las libras, las guineas y los chelines ¡y se acabaron las huelgas, y los sermones de Salvatierra y sus partidarios, y los malos gestos de los civiles, y todas las miserias y vergüenzas que ahora vemos!...

«No es fácil de decir el fervor que estos santos días mostraron los nuevos cristianos en las cosas de Dios; oían la paladra de Dios con gran gusto y no con menor fruto y compunción, de suerte que me parecía estar entre españoles muy piadosos. El acto de contricción que se usa al fin de los sermones, le hacían con tanto sentimiento, que lloraban muchísimo.

Tratamos de averiguar la causa, y después de mil ruegos, hasta del señor Obispo que le quería mucho, pudimos arrancarle estas palabras: «Señores, tenemos comediantes en la ciudad»; palabras que hicieron en la tertulia una impresión desagradabilísima, porque faltaban diez y siete días para la cuaresma, y el pueblo, con la guerra y con las ideas locas que se iban apoderando de la gente, más que comedias necesitaba sermones.

Ca aunque su celo es santo é bueno, débese mirar que con sus sermones é pláticas non conmueva al pueblo contra los judíos, aunque son malos é perversos están debajo de mi amparo é real poderío, é non deben ser agraviados; si non castigar por términos de justicia en lo que delinquieren, é yo así lo mandaré facer .

En vez de las pláticas morales que se usan y de las huecas y disparatadas declamaciones de sus colegas contra la ciencia y la razón, los sermones de nuestro escolapio trascendían fuertemente a lecturas modernísimas: en todos ellos procuraba demostrar directa o indirectamente que no existe incompatibilidad entre los adelantos de la ciencia y el dogma.

Los sermones que predicaba don Paco, más que morales conducentes a observar el decoro de Juanita, no se puede decir que fueron predicados en desierto. Poco a poco dejaron de menudear las visitas de Antoñuelo; sus cuchicheos con Juanita se acortaron, y al fin, cuchicheos y visitas vinieron a ser raros. Esto dio ánimo a don Paco.

Para que se repare, cuan hipócritamente sabe solaparse el judaismo en tales hombres, siendo ellos los que más frecuentaban las Fiestas, Sermones y aun Sacramentos, sin dar lugar a la piedad inocente de los fieles a formar juicio de su malicia, tan rebozada con capa de aparente virtud.

¿Pero cómo he de poder decirle lo que no es cierto? ¿Seríais capaz de hacerlo vos, sabiendo que estabais leguas al norte del camino?... ¡Oh, me aburrís con vuestros sermones! ¿Os negáis? Pues yo lo que debo hacer. No os ofendáis, por favor. Pensad en lo que me pedís.... Pero aquí está vuestro noble padre. Estadme atento y veréis si soy ó no buena discípula vuestra.

Pasado el gran acontecimiento de la venida del P. Enrique; luego que no quedó en el pueblo nadie que no le viese, satisfaciendo así la curiosidad; luego que le oyeron predicar en la parroquia y no hallaron que sus sermones fuesen más bonitos que los de otro Padre, sino más fáciles, más pedestres, más sencillos y con menos latines; y luego que vieron que el P. Enrique ni contaba chascarrillos ni jugaba al billar ni a la malilla, ni era más entretenido que otro cualquiera, todo Villafría entró de nuevo en su estado normal.