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Sus ojos adquirían el brillo misterioso de la pubertad; los trajes parecían estrecharse con el impulso de las formas cada vez más llenas y redondeadas y las faldas bajaban hasta los pies, cubriendo algo distinto de aquellas tibias infantiles, secas y nerviosas, vistas tantas veces por la gente de la Galería. El signor Boldini, su maestro de canto, estaba admirado de la hermosura de su discípula.

La correspondencia entre ella y su antigua discípula se había ido acabando poco a poco, pues la una temía preguntar y la otra responder. Pronto la pluma se había caído de los dedos helados de la condesita, y el silencio se había producido.

No había vuelto a ver a Raúl ni a su familia, que se habían marchado antes de su vuelta y estaban ya instalados en la Villa Blanca; pero además de una correspondencia activa y cariñosa con su discípula, había recibido varias cartas del joven conde a pesar de su formal prohibición.

Y aunque era medianamente sabia y aprovechada discípula de su hermano el conde Enrique, no acertaba a determinar con fijeza a qué alfabeto y lengua aquellos signos y palabras pertenecían. Sospechó, no obstante, que las inscripciones de la tela de seda estaban en sanscrito, lengua que estudiaba con asiduidad y provecho su hermano el conde Enrique.

JULIA. Gracias por sus plácemes; los adoro cuando son sinceros. DORA. ¡Además había oído hablar de usted...! JULIA. ¡Ah! ¿Quiere decirme a quién...? DORA. A una amiga que desea permanecer desconocida. Una amiga anónima, ¿verdad? DORA. ¡Algo parecido! JULIA. Dará usted las gracias a su amiga, puesto que me proporciona una discípula tan agradable... DORA. En cuanto al precio...

Atraída donna Olimpia por la trascendente fama del esplendor y de la riqueza de esta capital, ha venido a ella, hará dos semanas, en compañía de su amiga y en cierto modo discípula, la de Cádiz, a quien ha dado el nombre que ya te he dicho de Teletusa. Porque es de saber, que la tal donna Olimpia, lejos de ser una hembra adocenada, tiene portentoso ingenio y despunta por su mucha doctrina.

La corrompió para unirla a su suerte; después, cuando el desencanto llegó, las frías lecciones de la realidad le hicieron ver que se había equivocado, que a su hermosa discípula la faltaba algo y la faltaría siempre para llegar a verdadera estrella.... le faltaba la voz y la flexibilidad suficiente de garganta.

Meses después, Elisa Félix dejaba la escuela de canto para concurrir á la clase libre de declamación que explicaba Saint-Aulaire, comediante meritísimo, frío, correcto, cuya técnica había de dejar en el espíritu de su discípula huella perdurable y excelente.

Había adelantado mucho en la lectura y escritura, y se sabía de corrido la doctrina cristiana, con cuya luz las Micaelas reputaban a su discípula suficientemente alumbrada para guiarse en los senderos rectos o tortuosos del mundo; y tenían por cierto que la posesión de aquellos principios daba a sus alumnas increíble fuerza para hacer frente a todas las dudas.

Mientras trazaba y preparaba doña Inés todo esto en favor de Juanita, de quien se había declarado protectora y directora, su cariño hacia la protegida y la discípula iba creciendo más y más, dando de raras muestras y combinándose en él lo sagrado y lo profano.