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Pero Silas era a la vez sano de espíritu y honrado; sólo que en él, como en muchos hombres fervientes y sinceros, la cultura intelectual no había trazado un curso particular al sentimiento religioso, de manera que éste se esparcía por la vía reservada a la investigación y a la ciencia.

Así queremos que los niños de América sean: hombres que digan lo que piensan, y lo digan bien: hombres elocuentes y sinceros.

La población de Sandy-Bar hizo caso de conciencia el visitarlo, ofreciéndole varios regalos toscos, aunque inspirados en sinceros sentimientos.

Afortunadamente, la montaña es siempre el retiro más benigno para quien huye de los caminos abiertos por la moda. Durante mucho tiempo podremos apartarnos del mundo frívolo y reconcentrarnos en la verdad de nuestro pensamiento, alejados de esa corriente de opiniones vulgares y ficticias que turban y descaminan hasta á los espíritus más sinceros.

Las hay que no se resignan exclamé riendo al recordar a la Bonnetable y su mal humor. Y bien, puesto que somos del mismo parecer, al menos en ciertos casos, es fácil que nos entendamos. Tomemos por ejemplo, si quieres, una soltera que lo es a pesar de sus deseos más sinceros. ¿Crees que será dichosa y apta para ensanchar su horizonte?... Qué yo... dije con alguna vacilación.

Ya otra vez tuve miedo de descender a mi interior para realizar un examen de conciencia, este deber que siempre me ha sido fácil, y agradable. Pero el miedo de entonces nada tenía que pudiera parangonarse con el de hoy. »¿Me engaño a misma? ¿Y cómo pretender que los demás sean sinceros? ¿Me impide la soberbia confesarme que he podido engañarme?

Me parece que en estos asuntos cuanto más sinceros seamos, mejor para todos. ¿Por qué ha de molestarse ese muchacho en visitarme una larga temporada para recibir la respuesta que desde ahora mismo le puedo dar? Bien, bien; procedamos con calma. Si Paco no te es antipático, como confiesas, no puedes asegurar que al cabo de seis u ocho meses o un año, no te enamores de él.

Y cuando lograba sacudir de encima aquella imagen, con un poderoso arranque de su alma y de su cuerpo, volvía a llamar a Salvador en su auxilio; pero, sin acordarse nunca de que él era un hombre propenso al amor, con unos ojos sinceros y acariciadores que la miraban, como interrogándola, como averiguando.... No; ella sólo pensaba.... ¿Salvador, eres hermano mío?...

Deseo que usted y yo seamos amigos firmes y sinceros, como lo hemos sido siempre, sin el más ligero pensamiento de afecto recíproco. Puedo admirarla, como siempre la he admirado, lo declaro ahora, pero todo amor de mi parte hacia usted está completamente descartado, teniendo presente que soy un hombre de recursos limitados.

El resto de la conversación no fue escuchado por la joven. Un pensamiento desolador absorbía su espíritu. Pero en breve fue despertada por el alboroto de las despedidas. Promesas de volver a verse pronto, apretones de manos, actitudes coquetas, graciosas muecas, sonrisas afectuosas, todas estas manifestaciones vehementes parecían brotar de los sentimientos más sinceros.