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En Vetusta llueve casi todo el año, y los pocos días buenos se aprovechan para respirar el aire libre. Pero los paseos no están concurridos más que los días de fiesta. Las señoritas pobres, que son las más, no se resignan a enseñar el mismo vestido una tarde y otra y siempre.

Pepita sabe que hay por esos mundos grandes modistos y grandes joyeros, pero ella no desea nada. Y Azorín, mirándola un poco extático ¿por qué negarlo? , le dice: La elegancia, Pepita, es la sencillez. Hay muy pocas mujeres elegantes, porque son muy pocas las que se resignan a ser sencillas.

Esto es cuestión de ser hombres, o de no serlo: de meterse en la ciudad, y salga lo que saliere, o de marcharse a dormir. Brillaba en sus ojos la fría resolución, el fatalismo de los que se resignan a ser conductores de hombres. Echaba sobre él la responsabilidad de una rebelión que no había preparado.

El argumento es lo único permanente o inalterable en estas leyendas; un amor desgraciado por la enemistad tradicional de los papás de los novios; dos señores feudales de cortos alcances y que padecen de atrabilis; los chicos que no se resignan a ser desgraciados y continúan sus relaciones hasta que una noche los sorprenden juntos y les arman un belén; el padre de la niña que encierra a su presunto yerno en una mazmorra, y le tiene a pan y agua sujeto con cadenas; el novio que se escapa ayudado por la niña, y viene después con su mesnada a dar un asalto a su suegro; rapto de la novia; el papá suegro que no se resigna, arma su mesnada y va a dar otro asalto a su yerno y le lleva la novia; el yerno, que tiene muy malas pulgas y arma de nuevo su mesnada y vuelve a robar la chica, etc., etc.

Las hay que no se resignan exclamé riendo al recordar a la Bonnetable y su mal humor. Y bien, puesto que somos del mismo parecer, al menos en ciertos casos, es fácil que nos entendamos. Tomemos por ejemplo, si quieres, una soltera que lo es a pesar de sus deseos más sinceros. ¿Crees que será dichosa y apta para ensanchar su horizonte?... Qué yo... dije con alguna vacilación.

¡Oh! abuela protesté con vehemencia, no se puede decir que una vida está truncada cuando se tiene la dicha de vivir sin un marido, sin un dueño, y libre de tantas vicisitudes... Admitamos que exagero en cuanto a algunas; pero me concederás que muchas solteronas participan de mi opinión. No todas tienen tus ideas y las hay que se resignan difícilmente al celibato.

Ustedes, jóvenes llenos de ilusiones, exuberantes de acometividad, con energías para empresas nuevas, ¿se resignan con esa profesión de vigilantes y cuidadores de un pueblo? Su porvenir es tan monótono como el de un clérigo de la catedral.

Las órdenes religiosas conservan la clausura, ese fuero interno de paz egoísta, muro defensivo, inexpugnable fortaleza; gozaron un tiempo el sagrado derecho de asilo, que era como el foso exterior de la clausura, universalmente respetado, y no se resignan a reconocer que lo han perdido, que ya no son inviolables cuantos se acogen a su protección y amparo.