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Paco estaba mudo, extático, lleno de asombro, con la boca abierta, y sin saber qué pensar ni qué decir. Beatriz, con más agitación, contrariada, impaciente por la inmovilidad de Paco, prosiguió de esta suerte: No te detengas: vuela, busca a Braulio. Se va a matar si te tardas.

Las sedas, los rasos, la grata comodidad de los muebles, cuyas curvas incitaban a la voluptuosidad, la satisfacción de aprovecharlo todo, siendo ajeno, y la presencia de aquella mujer, que aunque ordinaria parecía una figura de Rubens, le tenían extático, suspenso el espíritu y alborotados los sentidos.

La autoridad de que, por su brillante posición social, está revestido este digno miembro de la Cámara, y el talento que le distingue, hacen creer que la discusión será una de las más interesantes que, en su género, se promuevan en la presente legislaturaDon Simón se quedó extático.

Pepita sabe que hay por esos mundos grandes modistos y grandes joyeros, pero ella no desea nada. Y Azorín, mirándola un poco extático ¿por qué negarlo? , le dice: La elegancia, Pepita, es la sencillez. Hay muy pocas mujeres elegantes, porque son muy pocas las que se resignan a ser sencillas.

Tenía el rostro enjuto, extático, de infantil dulcedumbre, estrecho en la mandíbula, elevado y espacioso en la frente; los ojos negros, húmedos y llameantes: dos lenguas de fuego flotando en óleo. Era un hombre joven aún. Yo soy el aludido insistió Balmisa. ¿El adulado? preguntó Belarmino, esforzándose en descender hasta la realidad externa. El adulado, no; el aludido rectificó el sastre.

Las pilas son de piedra arenisca; el pozal es de madera; sobre la puertecilla destaca un cuadro de azulejos. San Antonio, vestido de azul, mira extático, cruzados los brazos, a un niño que desciende entre una nube amarillenta y le ofrece un ramo de blancas azucenas. Detrás del aljibe hay una balsa pequeña y profunda. La cubre una parra.

La gente de la finca, Duchêne, Anita, Robin, Dubourg, formando un semicírculo, miraban a Gaspar con aire extático; Luisa llenaba de vez en cuando la copa; la madre Lefèvre, sentada cerca del horno, revolvía la mochila y, al no ver mas que dos camisas viejas muy sucias, con agujeros como puños, unos zapatos torcidos, betún para la cartuchera, un peine con sólo tres púas y una botella vacía, levantó las manos al cielo y se apresuró a abrir el armario de la ropa blanca, murmurando: ¡Señor! ¿Cómo extrañarse de que muera tanta gente de miseria?

La salud penetraba como un torrente en su marchito cuerpo, prestándole una fuerza incomprensible; entraba en una vida plena y divina donde no existen los dolores, en un letargo extático lleno de molicie, del cual nacían muchedumbre de vagos deseos, como flores que abren su cáliz un instante y difunden por el aire su perfume.

Avanzó suavemente hacia la mesa de trabajo, y el joven, habiendo levantado los ojos, vio surgir de la penumbra el rostro de la que amaba. No pareció sorprendido; mirando la aparición con sonrisa de extático, murmuró como en sueños: ¡Fantasma querido!

Pero este alguien, este nuevo Prior, no era un anciano irresoluto y fatigado por la edad, ni menos un blandengue, ni tampoco un devoto contemplativo y extático, siempre con la imaginación en las esferas celestiales.