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A más de un liberal de los que renegaban de la confesión auricular, hubiera podido decirle las veces que se había embriagado, el dinero que había perdido al juego, o si tenía las manos sucias o si maltrataba a su mujer, con otros secretos más íntimos.

Un cerdo, de rato en rato, pasa gruñendo; calla, se detiene y hociquea en las aguas sucias un momento; gruñe de nuevo y avanza otra vez con un corto trotecillo nervioso... Desemboco en una anchurosa plaza formada por viviendas terreras y tapias de corrales, cerrada por la enorme masa rojiza de un convento. Me siento en una piedra y contemplo un instante el vetusto monasterio.

Mañana me traerá el esbozo. ¿Se lo figura usted así...? Carnes rosadas al aire libre; vestidos rosados; alrededor, matorrales rosados, y encima, la luz rosada del crepúsculo. LORENZA. Yo he visto lavanderas en Bretaña; eran viejas, sucias, feas y espléndidas; lavaban en pleno sol y estaban amarillas y terrosas. Componían un horrible poema de miseria y de espanto.

Creo que fue a una de esas calles de Tánger, sucias, estrechas y fangosas, bordeada por altas casas sin aberturas, tal vez la calle de Moab'd'hal, a donde Blasillo se dirigió después de una feliz travesía.

Caían anonadadas y temblorosas ante su ardor senil, en las frondosidades de los huertos, en los almacenes de naranja, o al anochecer, al borde de un camino, las vírgenes apenas salidas de la niñez, casi calvas, con el pelo untado de aceite, el pecho liso y los miembros enjutos, tristes, con una delgadez de muchacho, bajo las sucias faldas de la miseria.

Asi mismo, las construcciones que dominan los muelles ó avecinan el puerto, relevan, el progreso del buen gusto y la vitalidad de las ciudades marítimas. Pero la gran masa de la ciudad, de construcción antigua, es un laberinto de callejuelas incomprensibles en el primer momento, oscuras, muy estrechas, generalmente sucias, llegando algunas a un grado de inmundicia increíble.

Echado un golpe de vista sobre las fortificaciones, que describen un inmenso y triple semicírculo; sobre las calles de la ciudad, generalmente sucias y de aspecto análogo al de las que ofrecen las ciudades flamencas; sobre el largo malecon de la orilla del Rin, encerrado estúpidamente entre el rio y una fila de murallas inútiles, y sumamente desaseado; y sobre el palacio gran-ducal, donde se hallan reunidos algunos museos mediocres y una considerable biblioteca, rica en manuscritos alemanes de los llamados incunables, no queda mas que ver que la catedral y la bella estatua de Guttemberg.

¡Es mentira! gritó la mujer . No tiene mas que diez y ocho... Tampoco diez y ocho... menos aún: sólo tiene diez y siete. Se volvía á otras mujeres que iban detrás de ella, para invocar su testimonio; tristes hembras, igualmente sucias, con el rostro ennegrecido y las ropas desgarradas, oliendo á incendio, á miseria, á cadáver. Todas asentían, agregando sus gritos á los de la madre.

El Universo, a juzgar por Vetusta y sus contornos, más que un sueño efímero, parecía una pesadilla larga, llena de imágenes sucias y pegajosas. El Padre Goberna, que sabía dar color local a sus oraciones, no decía en Vetusta que no somos más que un poco de polvo, sino un poco de barro. ¿Polvo en Vetusta? Dios lo diera. El mal tiempo se llevó la resignación tranquila, perezosa de Anita Ozores.

De pronto su marcha detuvo la precipitación jadeante: atravesaba el Riachuelo. Adriana quedó estupefacta. Había cruzado el puente en pleno día, sobre aguas verdosas salpicadas de desperdicios, entre sucias embarcaciones atracadas a los malecones rotos.