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Los músculos orbiculares se contrajeron y ensancharon, los párpados se cerraron y abrieron, aleteando con loca rapidez. Los ojos rodaban en sus órbitas, lanzando una luz extraña, como si la electricidad de la convulsión reflejase en sus pupilas verdosas centellas. Las mandíbulas se cerraron fuertemente, ensangrentando la lengua.

De este modo, el yacht, henchido de viento hasta el tope, iba sobre las aguas verdosas como una flecha, pero escorando, escorando, escorando, hasta tener que agarrarse ella también a unas cuerdas. Ya se había sumergido el carel y estaba sumergiéndose la primera tabla, cuando una recalcada imprevista revolvió las aguas e hizo saltar un chorro de ellas hasta el fondo del pozo, mojándola los pies.

Cantaban las ranas con una monotonía desesperante; reflejábanse las temblorosas estrellas en el fondo de las charcas; en el inmediato estanque conmovíanse con estremecimientos voluptuosos las plantas verdosas que extendían sus palmitos a flor de agua, y a lo lejos, como un eco, sonaban los ladridos de los perros del arrabal.

El piso segundo, bajo de techo y a manera de ático, tenía ventanas pequeñas, y sobre el entablamento descollaban las buhardillas altas, aisladas, recubiertas de tejas, guarnecidas de verdosas vidrieras, ante las cuales se veían desde lejos las ropas recién lavadas y tendidas que goteaban sobre estrechos cajoncitos, plantados de yerba luisa, albahaca, yerba de gato y claveles.

Sobre la mesa aparecían las doradas naranjas de terso cutis, el panquemado de Alberique, con miga porosa, la corteza obscura y barnizada y el vértice nevado, y las bandejas de dulce seco, confitería indígena, sólida y empalagosa: peras verdosas con la dureza del azúcar petrificado, limoncillos de las monjas de Sagunto, trozos de melón, yemas envueltas en rizados moñetes de papel, todo destilando azúcar y atrayendo a los insectos que revoloteaban en torno de la luz.

Mas Julián no veía el alba, no veía cosa ninguna.... Es decir, veía esas luces que enciende en nuestro cerebro la alteración de la sangre, esas estrellitas violadas, verdosas, carmesíes, color de azufre, que vibran sin alumbrar; que percibimos confundidas con el zumbar de los oídos y el ruido de péndulo gigante de las arterias, próximas a romperse.... Sentíase desvanecer y morir; sus labios no pronunciaban ya frases, sino un murmullo, que todavía conservaba tonillo de oración.

La fecunda naturaleza ha ocultado con su verde envoltura las roturas de la madera; sobre los viejos pedazos esponjosos, un bosquecillo de musgo vegeta como un grupo de palmeras sobre un islote del océano. El trozo de raíz se reviste, despojado de su corteza, de un mundo de plantas alegres y verdosas.

De pronto su marcha detuvo la precipitación jadeante: atravesaba el Riachuelo. Adriana quedó estupefacta. Había cruzado el puente en pleno día, sobre aguas verdosas salpicadas de desperdicios, entre sucias embarcaciones atracadas a los malecones rotos.

Echó mano apresuradamente a los gemelos del capitán que colgaban de la baranda, y pudo ver a su novia llorosa con un pañuelo en la mano haciéndole señas. Sacó el suyo del bolsillo y contestó lleno de emoción. La tarde estaba tranquila, el cielo nublado, las aguas de la pequeña bahía inmóviles y verdosas espejaban confusamente la columna de humo que el vapor dejaba en pos de .

La isla de Nou extendía enfrente de la rada su costa baja orlada de espuma y en el cielo sin nubes se recortaban las agrestes y verdosas cimas de la isla de los Pinos. La bahía estaba animada por el movimiento de las chalupas y de los lanchones conducidos por marineros canacos.