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Iba descalza: sus pies, ágiles y pequeños denotaban familiaridad consuetudinaria con el suelo, con las piedras, con los charcos, con los abrojos. Vestía una falda sencilla y no muy larga, denotando en su rudimentario atavío, así como en la libertad de sus cabellos sueltos y cortos, rizados con nativa elegancia, cierta independencia más propia del salvaje que del mendigo.

El calor le habrá hecho a usted daño le dijo el joven con una emoción que en vano trató de dominar; y si se quitase un momento el antifaz... La desconocida rehusó de nuevo, limitándose, para respirar con más desahogo, a echar hacia atrás la capucha de su dominó, que le cubría la frente. Arturo vio entonces una hermosa cabellera negra, que caía en rizados bucles sobre la espalda.

Un momento después entró Fernando. Era un joven y hermoso caballero en la flor de su edad; sus cabellos estaban naturalmente rizados, y llevaba con mucha gracia una capa de paño azul y una espada con empuñadura de oro ricamente cincelada. En sus expresivos ojos reflejábase el valor español, templado por la gracia y el abandono de la juventud.

Porque, aunque parezca maravilloso, increíble, D. Laureano tenía cerca de sesenta años. Nadie le supondría más de cuarenta y cuatro o cuarenta y seis. Era un hombre alto, esbelto, de cabellos negros y rizados donde sólo se advertía tal cual hebra plateada, la tez fresca y sonrosada, el pequeño bigote retorcido hacia arriba, la dentadura perfectamente conservada.

Rafael, con el recogimiento de un devoto, se sentaba en un rincón, y contemplando los soberbios hombros sobre los cuales ondeaban como plumas de oro los rizados bucles de la nuca, oía aquella voz hermosa que sonaba dulce y velada, mezclándose a los desmayados acordes del piano, mientras que por las abiertas ventanas entraba la respiración del huerto rumoroso bajo la dorada luz del otoño, el perfume sazonado de las naranjas maduras que asomaban sus caras de fuego entre los festones de hojas.

El dormitorio estaba adornado con ocho grandes tapices de un tono verde de hoja seca, representando jardines, amplias avenidas de árboles otoñales, con una plazoleta terminal en la que triscaban venados o goteaban solitarias fuentes en triples tazones. Encima de las puertas colgaban viejos cuadros italianos de una suavidad acaramelada: niños de carnes ambarinas jugueteaban con rizados corderos.

Sus cabellos negros y rizados adornaban su frente blanca y majestuosa: las miradas de sus grandes y negros ojos eran plácidas y penetrantes a la vez.

Era hombre de cincuenta años, de mejillas rasuradas surcadas de arrugas, ojos pequeños y vivos, el pelo gris peinado sobre las sienes, como todos los chulos. Vestía chaquetilla corta, hongo flexible y pantalón ceñido, la camisa con rizados y sin corbata. Alabé su destreza, verdaderamente admirable, y me dijo que era guitarrista de oficio, se llamaba Primo y tocaba ahora en casa de Silverio.

Era el muchacho el más guapo adolescente que puede soñar la fantasía; y si de chiquitín se parecía al Amor antiguo, la prolongación de líneas que distingue a la pubertad de la infancia le daba ahora semejanza notable con los arcángeles y ángeles viajeros de los grabados bíblicos, que unen a la lindeza femenina y a los rizados bucles asomos de graciosa severidad varonil.

Por las vidrieras de las ventanas pasaban y repasaban, mecidas por el viento, las verdes copas de los árboles del jardín. La mesa era servida por criadas jóvenes, de rizados y blancos delantales. Sus caras, sanas y rojas como melocotones, daban una impresión de perfume primaveral semejante al de las flores que adornaban la mesa. Aresti estaba sentado al lado de su prima.