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El único libro que estaba entre los papeles de la mesa de trabajo, dorado y con broches, cual un devocionario elegante, era el Yacht Register de más reciente publicación, como si el millonario encadenado por sus negocios, se consolase siguiendo con el pensamiento á los potentados de la tierra que más dichosos que él, podían vagar por los mares.

En esto entró don Claudio Fuertes, y se habló de otras cosas; y cuando llegó el momento de salir los tres a voltejear por la villa, dijo el boticario al comandante retirado: Si tocan ustedes en el muelle, enséñeles el yacht, aunque está fondeado un poco lejos. Ya van enterados de todo... Eso es. De tiros largos

Pero, en fin, más vale que mintieran los síntomas; porque verdaderamente... no era de envidiar el gusto ese... Y a otra cosa: mañana no, porque estaré ocupada en casa; pero pasado mañana ¿podríamos dar otro paseíto en el yacht?... Ya sabe usted que está enteramente a sus órdenes. ¡Cómo me gusta eso, Leto!... Cada día más... Pero, hombre, ¿cuándo haremos una escapadita afuera?

Un yacht, señorita respondió don Adrián en tono muy ponderativo : un yacht, así, en puro inglés; y de lujo, ¡caray! lo que se llama de lujo... eso es: vamos, un yacht de regatas, de primera.

¿De manera observó Nieves con una ironía que se transparentaba perfectamente en el acento de la voz y hasta en el modo de volver la cabecita hacia Leto , que si como fui a escondidas en su yacht y caí por culpa de usted, voy por encargo expreso de mi padre y caigo por culpa mía, en la mar me quedo sin auxilio de nadie?

»Sobre esto del yacht, sólo le he dicho a usted que Nieves se perece por andar en él, y que su padre, menos aficionado que ella a esta diversión, cuando no quiere o no puede acompañarla, tolera muy gustosa que vaya sola conmigo y con el famoso Cornias; pero nada le he hablado de lo intrépida que es allí; de cómo se le revela el placer de que va poseída en el ardor de la mirada y en la gallardía de sus posturas; ni de cómo me tienta y seduce con palabras o con gestos más tentadores que ellas, a que fuerce y obligue al balandro a hacer lo que yo no quiero que haga, ni debe de hacer cuando lleva una carga tan preciosa... ¡Y el demonio del barquichuelo, como si lo conociera, hombre!

Como el yacht continuaba navegando en popa y no había que tocar la maniobra, Cornias iba a proa sentado al borde del tejadillo del tambucho, con los brazos cruzados sobre el pecho, la cabeza algo caída, pálido el color, y los ojos completamente en blanco; porque todo su mirar era entonces hacia adentro, donde le hervían las imágenes terribles de los recientes sucesos en que le había alcanzado tan importante papel.

Salió el barco como una exhalación, levantando lumbres del agua; saltaron a bordo grandes chorros de ella; oyose un grito horripilante, y desapareció Nieves entre las espumas que revolvía el yacht por la banda sumergida. ¡Divino Dios! clamó entonces Leto en un alarido que no parecía de voz humana . ¡Vira, Cornias! Y se lanzó al mar detrás de Nieves. Bajo el tambucho

¡Ay, carape! se dijo: con esto no contaba yo ahora. ¿Habrá visto el yacht aparejado desde allá arriba? ¿Vendrá acá?... Por las trazas, ... ¡Pues buenas están las mías para recibirla, carape!... Pero, bien mirado, no estoy sucio ni roto... ¿Y si no nos ha visto, ni viene a lo que yo presumo? ¿Espero?... ¿Me largo?... ¡Largarme! ¡Tendría que ver! ¿Podría, aunque quisiera? ¡Pues no están vibrándome las fibras todas como si de pronto me hubiera henchido de la salud que me faltaba?... ¡Carape, carape, hombre, qué cosas éstas tan extrañas!... Ya no la veo... ¿Por qué no serán transparentes los breñales que me la tapan ahora? ¿Por dónde echará? ¡Por dónde, por dónde! ¿Tienes más que ir a verlo, simplón, cuanto más que estás deseándolo?... Eso ; pero ¿cómo lo tomará? ¿A bien? ¿A mal? ¡Ay, qué arrastradas desconfianzas estas mías, que no acaban de curárseme!

Y por eso tiene Leto un yacht tan lujoso. Cada lunes y cada martes le zarandea por la mar. Ayer salió a media mañana, con su correspondiente pitanza, por si acaso... eso es. Pues volvió entre día y noche, como dije a usted en mi carta. Quise que subiera hoy a Peleches... pues ¡caray! casi de rodillas me pidió que no le diera comisiones de esa clase.