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De ordinario las imaginaciones pequeñas son blandas, esto es, son dispuestas á recibir facilmente las representaciones: son asimismo acompañadas de afectos de dulzura y de gusto; y siendo poco, ó nada instruido el juicio de los niños y de las mugeres, se ocupa todo de los objetos de la fantasía.

Aquel hermoso rostro, sembrado de pequeñas manchas, producía el efecto de que estuviese desfigurada por la viruela. Un viejo chal, ennegrecido por los cuidados del tintorero y al que la intemperie había dado un color rojizo, dejaba caer tristemente sus tres puntas cuyos flecos rozaban ligeramente la nieve de la acera.

Hoy hacía 15 mucho frío, mañana mucho calor; ora el tiempo era muy húmedo, ora muy seco. Un día entró en su viña. Allí estaban las hermosas uvas. Tenía más uvas que todas las otras personas de Extremadura; pero no estaba satisfecho. Estas uvas son muy pequeñas dijo. Hace 20 mal tiempo; hace mucho frío. No hace bastante calor. En este momento se presentó en la viña un hombre alto y hermoso.

Su novela, aunque informe y embrionaria, era, como todas las novelas, una lúcida mezcla de detalles verdaderos y situaciones imaginarias, de pequeñas dosis de una realidad supuesta y exagerado desarrollo de una inventiva calenturienta. En lo que no decía verdad Marcelo Valdés era en el arrepentimiento de la clase.

La plazuela de las de Pajares tenía un vecindario bullicioso y alegre: gente de pura sangre valenciana, que vivía estrechamente con el producto de sus pequeñas industrias, pero a la que nunca faltaba humor para inventar fiestas.

Me han sugerido estas pequeñas disquisiciones sobre la psicología de los secretos dos cartas que he recibido de mis amigas Rosalía y Petrona. Recordarán mis lectoras la carta de Rosalía desde «Los Carpinchos», contándome su vida y milagros.

Sobre todos los puntos bajos donde el agua se arrastre con esfuerzo, los depósitos se acumulan, nacen los juncos, y las riberas, levantadas sobre pequeñas penínsulas, avanzan incesantemente sobre la superficie del arroyo.

Las pesetas caían al suelo, y Juanito no se arrepentía de su generosidad. Indudablemente, allá arriba había alguien viéndolo todo: lo mismo lo que pasaba por las tardes en una alcoba, que lo que ocurría por la noche en un paseo solitario entre dos mendigas pequeñas y un hombre más niño que ellas. La desgracia le perseguía. ¿Quién sabe lo que le estaba reservado?

Luego, se escapaba, sin esperar las gracias; a través de los campos, a través de los bosques, de casa en casa, de cabaña en cabaña, andaba, andaba, andaba... Una especie de embriaguez le subía al cerebro. Por todos lados en su camino oía gritos de alegría y asombro. Todos aquellos luises de oro caían como por encanto, en aquellas pobres manos habituadas a recibir pequeñas monedas de plata.

De las naves se perdieron nueve de las más pequeñas; parte dellas había ya desamparado la gente, y pasádose á los galeones y naves gruesas que iban bien artilladas. Nenguna destas se perdió, ni de otras que quisieron pelear. Una nave arragucesa peleó muy bien: dió un cañonazo á una galera que la seguía, que le llevó 19 remeros y cinco soldados, y viendo esto los demás, se alargaron della.