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Pues, sin embargo, hay cada viejo... No te fíes, que es como la leña verde: no arde; mucho chisporroteo y mucho humo, pero poca llama. No quería misia Gregoria, a pesar de estas declaraciones, dar su brazo a torcer. ¿Y cómo, si en su larga vida de casada, nunca había visto a Esteven salir más a menudo, entrar más tarde, andar más preocupado, más sin sosiego, más sin sueño, que esta vez?

En uno de los tramos había, no un candil, sino el sitio de un candil manifestado en una gran chorrera de aceite hacia abajo, una gran chorrera de humo hacia arriba, y en la convergencia de ambas manchas un clavo ennegrecido. Llegaron al segundo, y el militar llamó. Sin duda, alguna persona esperaba con impaciencia, porque la puerta se abrió al momento.

Era indudable que Juan de Aguirre vivía cuando su familia y yo, de chico, asistimos a su funeral. Por las mañanas, al asomarme al balcón, veo el pueblo con sus tejados rojos, negruzcos, sus chimeneas cuadradas y el humo que sale por ellas en hebras muy tenues en el cielo gris del otoño.

Sólo un ligero humo quedó flotando en el fondo de sus pupilas, como si fuese el vaho del ardor recién extinguido. ¡Adiós!... Me esperan. Y salió del Acuario seguida de Ferragut, todavía balbuciente y tembloroso. Fueron inútiles las preguntas y ruegos con que la persiguió al atravesar el paseo.

El capital era dueño del mundo, y la guerra iba á matarlo; pero á su vez moriría ella á los pocos meses, falta de dinero para sostenerse. Su alma de hombre de negocios se indignó ante los centenares de miles de millones que la loca aventura iba á invertir en humo y matanzas.

El barco, desmantelado y sin palos, se destacaba como una mancha, obscura entre el cielo gris y el mar del mismo color. De cerca, el viejo navio parecía un arca de Noé, sujeta por amarras y cadenas; era altísimo, de tres pisos, como un tejado; por sus chimeneas salían columnas negras de humo. En el mascarón de proa se destacaba una figura de Neptuno.

Ganaba doce francos al día: mucho más que aquellos canónigos de Toledo que en otros tiempos le parecían grandes duques. Vivía en un hotelito de estudiantes, cerca de la Escuela de Medicina, y sus discusiones vehementes por la noche, entre el humo de las pipas, con los compañeros de hospedaje, le instruían tanto como los libros de la odiada ciencia.

De un sueño de amor deshecho por la fea y severa verdad, pasaba nuestro ingenio a otro sueño de amor, que cual los anteriores, se desvanecía como el humo, como la niebla, como esas figuras que fingen las nubes y deshace el viento, como esas sombras que miente la noche y desvanece la luz del día.

De la misma suerte se engañaría el que en el parhelio, esto es, quando aparecen á la vista tres Soles, como sucede algunas veces, y los he visto yo, creyese que en la realidad eran tres los Soles, aunque los ojos los manifiestan enteramente semejantes. Otro modo de errar por los sentidos es negar todo lo que no se ve con los ojos. El humo, aunque el fuego esté oculto, le manifiesta.

Las causas se prueban bien por los efectos, y estos por las causas. Los signos se prueban por los significados, y estos por los signos: así el fuego, aunque esté oculto, se prueba por el humo, y este descubre el fuego. La caida de las hojas de los árboles prueba la venida del Invierno; esta hace inferir la caida de las hojas.