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Una fecundidad desesperante agravaba esta pobreza. La mujer, flácida, triste y con grandes ojos amarillentos, presentaba todos los años un chiquitín agarrado a sus ubres desmayadas.

Creyó Batiste oir gritos ahogados de mujer, choque de muebles, algo que le hizo adivinar una lucha de la pobre Pepeta deteniendo á Pimentó, el cual quería salir para dar respuesta á sus insultos. Después no oyó nada, y sus improperios siguieron sonando en un silencio desesperante. Esto le enfurecía más aún que si el enemigo se hubiera presentado.

Transcurrió el tiempo para don Marcelo con una desesperante lentitud. Pensó que el mensajero que había salido con el aviso para la trinchera avanzada no llegaría nunca.

El libro está todavía sobre la mesa, su vista le recuerda las reflexiones de la mañana; y exclama en su interior: «Oh! cuán miserablemente te engañabas, cuando reputabas exageracion las infernales pinturas que del mundo hacen esos hombres! No puede negarse: tienen razon: esto es horrible, desconsolador, desesperante, pero es la realidad.

Un helado calofrío recorrió todo mi cuerpo al oírla proferir, con el tono tranquilo de un colegial que recita una lección, esas palabras de una tristeza desesperante. No protestes continuó, no es sólo de hoy que lo ; siempre tuve ese presentimiento, y verdaderamente no necesitaba asustarme tanto hoy.

El resumen de su continente, de su acogida, de sus afectuosos apretones de mano, de sus miradas excelentes, pero corteses y sin alcance, del conjunto de su proceder admirable y desesperante, por su firmeza, por su sencillez, por su prudencia, era éste: «Nada , y si ha creído que he adivinado algo se equivoca usted

Perdido a las veces por el gesto vago de los pastores que solían señalarle algún sendero de cabras al borde de los abismos, y cruzando, bajo un viento desesperante, las crueles parameras, donde le asaltó, más de una vez, el deseo de acostarse de pechos sobre la arena y dejarse morir, llegó por fin a Cebreros, un día lluvioso, a la hora de la siesta.

El no iba á molestarse con un viaje cada vez que se le ocurriese averiguar el peso de un cuero suelto... Un piano entró en la estancia, y Elena pasaba las horas tecleando lecciones con una buena fe desesperante. «¡Ira de Dios! ¡Si al menos tocase la jota ó el pericón!» Y el padre, á la hora de la siesta, se iba á dormir sobre su poncho entre los eucaliptos cercanos.

Un rayo de sol entraba en la habitación trazando un redondel de oro a los pies de la cama. Y de este modo se sucedían con una rapidez fantástica el día y la noche, como si se hubiese trastornado para siempre el curso del tiempo. Cuando no era así, la general revolución, en vez de marchar aceleradamente, se inmovilizaba en una monotonía desesperante.

También llegó a interrumpirse la desesperante continuidad de la barrera de aquel lado, y entonces columbré sobre un cerro, encajonado en el fondo de un amplio seno de montes, un castillo roquero que, aunque ruinoso y cargado de yedra, conservaba las principales líneas de su sencilla y elegante arquitectura. ¿Qué castillo es aquél? pregunté al espolique.