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Tranquila estuvo toda la mañana; pero a eso del mediodía, al despertar de un sueño breve, se sintió tan vivamente acometida de ganas de salir a la calle, que no pudo sobreponerse a este ciego impulso.

Al cumplirse el novenario de la encerrona, que algo tenía de arresto, doña Anuncia se presentó tranquila, digna, severa a leer la sentencia. «No le faltaría a la hija de la bailarina ¿quién dudaba ya que la modista había bailado? no le faltaría una cama en el palacio de sus mayores; pero ellas, las tías, no tenían qué poner a la mesa; todo lo había comido la niña». Ana escribió a Frígilis.

Más allá de esta zona de luz temblorosa, que coloreaba grotescamente los rostros y hacía palpitar los ojos con desordenadas vibraciones, extendíase la noche tropical, solemne, tranquila, con sus aguas obscuras pobladas de caracoleantes fosforescencias y su cielo límpido, en el que asomaban sonrientes un gran número de astros nuevos rodando en el misterio.

¿Y no haríais nada por evitar que me suicidase, prima? -No por cierto-respondí muy tranquila. ¿A qué entrometerme en lo que no me importa? Me gusta la libertad, y si tenéis ganas de abandonar este valle de lágrimas... ¡oh, Dios mío! no movería un dedo para impedíroslo. Que cada cual haga su gusto en vida.

El gesto de María de la Luz y la amenaza de cerrar la reja, hicieron que Rafael se mostrase menos vehemente, separando su cuerpo de los hierros. Güeno, como quieras, mal corazón. no sabes lo que es el querer y por eso pareces tan fría, tan tranquila, como si estuvieses en misa. ¿Que yo no te quiero?... ¡Chiquiyo! exclamó la muchacha.

A los unos, dió la luz tranquila que basta para las noches serenas; á los otros, una luz movible giratoria, una mirada de fuego que atraviesa los cuatro lados del horizonte: éstos, como los misteriosos animales que alumbran el mar, tienen la viviente palpitación de una llama que relumbra y palidece, que brota y muere.

»Su padre y yo estábamos enternecidos y veíamos con lágrimas en los ojos aquella dicha inefable y ultra-terrena. ¡Allí, sólo faltaba usted, Antoñita! »No bastándole a Magdalena aquella, contemplación tranquila y reposada, me indicó que me acercase y, levantándose, se apoyó en mi brazo.

¿No te digo que estaba muy inquieto por ti? Se comenta ahora mucho la guerra de esta casa.... Déjalos que estén en guerra.... Pero padeces. Yo estoy tranquila, Salvador; en todas partes tendría que sufrir. ¿Y por qué, hija? Ella volvió a inclinar la frente y, otra vez, eludiendo una explicación, dijo: Estos días están muy amables conmigo. ¿Estos días solamente?...

En una noche plácida y tranquila... ¡Qué recuerdo, Leonor!

El niño, agitando las manitas, gritaba Pepé, Pepé, y aquellos gritos, que Paz oyó clara y distintamente, por lo corto de la distancia que les separaba, la destrozaron el corazón. Engracia, tranquila y con la sonrisa en los labios, seguía levantando el niño, sin señal de tristeza, como era natural que estuviese, no siendo pariente ni amante suyo el que se iba.