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El servicio de la patria era el arbitro de la vida y de la libertad de los primeros, durante cuatro años, á contar desde aquel momento; y ante deber tan alto, tenían que romperse los lazos de la familia y los de la amistad.

Los lazos que la ataban á este nuevo suelo estaban formados de eslabones de hierro que penetraban en lo más íntimo de su alma, sin que jamás llegaran á romperse.

Acaso bastó a destrozarla el furor de los vientos y de las olas. Acaso fue a romperse, chocando contra oculto bajío. Ello es que la nave, desbaratada la trabazón de sus tablas se deshizo en pedazos. Cada uno de los que la tripulaban luchó por la vida y procuró salvarse como pudo.

En fin, después no encuentra más que almas sordas y refractarias; la amistad le olvida, el amor le hace traición, la sociedad le rechaza; se da cuenta de que todos los lazos están a punto de romperse: se rompen en efecto; ¡y, dichoso él si también cede a esta hecatombe! Desde entonces no veo más que egoístas que han conseguido insensibilizar su corazón y entusiastas que lo agotan en quimeras.

Pero como el mensú parecía gustar realmente de la dama cosa rara en el gremio Cayé ofreciósela en venta por un revólver con balas, que él mismo sacaría del almacén. No obstante esta sencillez, el trato estuvo a punto de romperse, porque a última hora Cayé pidió se agregara un metro de tabaco en cuerda, lo que pareció excesivo al mensú.

Ya se lo pronosticó ella, y después dicen que las viejas no entienden... Basta; dejar ese gestito de contrariedad, que no recomenzaría con sus sermones; verdaderamente, en estas circunstancias las amonestaciones huelgan: es como dar de palmadas al niño que acaba de romperse la cabeza; lo urgente era encontrar el dinero... Ella, que le había criado y educado y mimado, que era su segunda madre, le salvaría.

Un instante después se oyó el ruido seco que hacía la espada de Roger al romperse, quedándole tan sólo en la mano un pedazo de hoja de no más de tres palmos de largo. Vuestra vida está en mis manos, exclamó Tránter con triunfante sonrisa. ¡Teneos! ¡se rinde! exclamaron á una varios escuderos. ¡Otra espada! gritó Gualtero. Imposible, dijo Rodolfo; sería contra todas las reglas del duelo.

Los aparadores estaban casi vacíos. La antigua loza, al romperse, había sido reemplazada por unos cuantos platos y jarros de grosera fabricación. Dos ventanas abiertas en el fondo encuadraban pedazos de mar de inquieto azul, palpitante bajo el fuego del sol. En sus rectángulos balanceábanse pausadamente las ramas de unas palmeras.

Jugaba el General, él hacía la contra, el P. Irene ya tenía su baza; arrastra él con el espadas y ¡puñales! el camote del P. Irene no rinde, no rinde la mala. ¡Que juegue Cristo! El hijo de su madre no se había ido allí á romperse la cabeza inútilmente y á perder su dinero. Si creerá el nene, añadía muy colorado, que los gano de bóbilis bóbilis. ¡Tras de que mis indios ya empiezan á regatear!...

Todo está dicho, ¡Dios mío! ¡Cuán fuerte era este lazo! ¡De qué manera envolvía mi corazón! ¡Hasta qué punto le ha despedazado al romperse!