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Y si es mentira, también lo debe de ser que no hubo Héctor, ni Aquiles, ni la guerra de Troya, ni los Doce Pares de Francia, ni el rey Artús de Ingalaterra, que anda hasta ahora convertido en cuervo y le esperan en su reino por momentos.

¡Ah! ¿Y si no fuera mentira? Pero espérate, ¡caramba! ¡déjame hablar! ¿De qué?... ¡De otra Clota más constante! dijo Melchor riendo, y agregó: el mundo está lleno de Clotas, ché Ricardo; convéncete. Eso lo dices ahora.

Un poquito de afición... lo demás que dicen de es mentira. La escopeta estaba oculta bajo las tejas; el hurón dormía en el doble fondo de una caja cubierta de guiñapos, respirando por los agujeros abiertos en la madera. Cuando se presentaba Maltrana, su amigo el Mosco, como una demostración de gran confianza, le enseñaba la bicha, la joya de la casa, lo que más amaba.

Se miró prolongadamente en la luna y murmuró como si hablase consigo misma: ¡De todos modos me encuentro bien cambiada, bien decaída, bien fea! ¿Cómo fea? La doncellita protestó con todas sus fuerzas de aquella monstruosa aserción. Jamás había estado tan hermosa la señorita. Parece mentira prosiguió ésta que una fiebrecilla gástrica me haya arruinado tanto.

Con sus amigos León y Rafael. ¿Nadie más? Nadie más, hombre. ¿Me vas a examinar? Es que yo he sabido que ha estado también Manolito Dávalos. El duque no lo sabía. Quiso sacar de mentira verdad. Cierto: también ha estado Manolo replicó con indiferencia. Bueno, pues será la última vez dijo mordiendo con rabia el cigarro.

Las modas francesas han corrompido las costumbres repuso D. Pedro atusándose los bigotes y con las modas, es decir, con las pelucas y los colores, han venido la falsedad del trato, la deshonestidad, la irreligión, el descaro de la juventud, la falta de respeto a los mayores, el mucho jurar y votar, el descoco e impudor, el atrevimiento, el robo, la mentira, y con estos males los no menos graves de la filosofía, el ateísmo, el democratismo, y eso de la soberanía de la nación que ahora han sacado para colmo de la fiesta.

Después de urdir en su pobre entendimiento una mentira burda, presentósele don Quintín diciéndole en sustancia que Cristeta se le mostraba cada día más entera y rebelde; pero que él había discurrido manera de amansarla y rendirla.

Me veo aquí sana y salva y hablando con usted, vivo y sano también, y me parece mentira... ¡Qué horrible fue, Leto, qué espantoso! ¡En aquella inmensa soledad!... ¡qué abismo tan verde, tan hondo... tan amargo!...

En fin, no podemos soportar la idea de que Vd. algún día nos juzgue sabedores, tal vez cómplices, de la perfidia de su ingenio. No la quiere a Vd., no puede quererla, señorita. Usted une, a sus muchas cualidades, la riqueza: esta es la madre del cordero. Es mentira dijo Paz ofendida me quiere por , por sola. Lo que Vd. dice no es verdad. ¡Ojalá no lo fuese!

Pero estos hijos eran agresores y hacían el mal voluntariamente. A él sólo le inspiraban interés las otras madres que vivían tranquilamente en las risueñas poblaciones belgas y de pronto habían visto fusilados sus hijos, atropelladas sus hijas, ardiendo sus viviendas. Doña Elena lloró más fuerte, como si esta descripción de horrores significase un nuevo insulto para ella. ¡Todo mentira!