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Cogió el sombrero y el bastón, apagó la luz y bajó la escalera velozmente. En un instante salvó el corto espacio que le separaba de la casa de su novia y penetró en la tienda, dando las buenas noches con menos aplomo que otras veces. Había ya alguna gente, porque era noche de lotería. Paco Ruiz se hallaba sentado sobre el mostrador mordiendo un cigarro, como la vez primera que le vimos.

Al entrar en el hotel se entristeció el rostro de la señora, como si se aproximase un peligro que quería olvidar. Las dos mujeres se encerraron en sus habitaciones. Pepita pasó horas enteras con la pluma en la mano, mordiendo la punta nerviosamente, rompiendo pliegos sin que llegasen á satisfacerle las cartas que escribía.

El señor de Brenay, que no parece más que raras veces por su salón, estaba paseándose con agitación febril que sacudía con bruscos movimientos sus bigotes largos y retorcidos. La de Brenay, desplomada en una butaca, parecía aniquilada y olvidaba por completo el cuidado de conservar sus maneras aristocráticas. Petra, muy encarnada y como vergonzosa, estaba mordiendo rabiosamente el pañuelo.

Por mucho que ella le adorase no sería más que un sucesor del conde ruso, del músico alemán, o de alguno de aquellos amantes de pocos días, apenas mencionados, pero que algo habían dejado en su memoria. ¡Un sucesor! ¡el último que llega con algunos años de retraso y se contenta mordiendo en la cálida madurez que ellos conocieron con la frescura y la suave película de la juventud!

Mientras los hombres se mataban por la gloria de la Virgen de Begoña, la carcoma, más sabia que ellos, seguiría mordiendo las entrañas de madera del sonriente fetiche: tal vez á aquellas horas algún ratón roía las patas del ídolo milagroso, bajo su hueca saya de pedrería.

Siempre me ha de hacer falta a lo que a ti te conviene soltar.... Adiós.... Y sin entrar en el despacho dejó libre la mampara de resorte que tenía sujeta y se fué. Dió las señas al cochero de un hotel situado en el barrio Monasterio y se reclinó en un ángulo, mordiendo su cigarro y resoplando con evidente satisfacción.

¡Ah, los terribles recuerdos! Rafael se revolvía en la cama, creyendo sentir todavía en sus manos el contacto sedoso de las misteriosas interioridades tanteadas ávidamente en la fiebre de la lucha; se imaginaba tener ante sus ojos aquella rápida visión de nieve sonrosada, entrevista como a la luz de un relámpago, mientras el iracundo pie le oprimía el pecho... y revolviéndose furioso entre las sábanas rugía de pasión, mordiendo la almohada: ¡Leonora! ¡Leonora!

El duque, inquieto, la observaba con atención por debajo de sus párpados medio caídos, mordiendo con impaciencia el cigarro. No puede ser dijo al cabo gravemente la señora. ¿Que no puede ser? ¿Y por qué? replicó con viveza incorporándose un poco en la butaca. Porque yo pienso en dejar por heredera de lo que tenga, poco o mucho, a tu hija. Así se lo he prometido ya.

La guardia ratonil, inmóvil, silenciosa, preparada, mordiendo ya casi el cartucho, protegía el paso del rey Buby, formando desde el dormido D. Gaiferos hasta los dos agujeros de entrada y de salida el formidable triángulo romano de la batalla de Ecnoma... Era aquello imponente y aterrador... Una vieja feísima dormía en una silla, con la calceta á medio hacer caída sobre las faldas.

Yo bien, gracias a Dios dijo el Mayorazgo sin hacer un gesto. ¿Usted fuma? le preguntó el candidato sacando la petaca. Algunas veces, si el tabaco es bueno respondió el otro. Pues ahí va uno de la Vuelta de Abajo. Se estima refunfuñó el obsequiado mordiendo la punta. Y ¿qué tal andamos por acá? preguntóle el candidato, deseando arrancar siquiera un gesto de interés a aquel pedazo de bárbaro.