United States or France ? Vote for the TOP Country of the Week !


Si quieres dijo Lorenzo, encárgame algo para tu casa. Les das recuerdos. O para Clota. «Y le dices al viejo que le voy a escribir... y que yo iré dentro de unos días» volvió a repetir Melchor. ¡Cuanto antes, Melchor! le dijo Lorenzo bajo la presión de una emoción tan intensa que casi le ahogaba la voz. ¡Cuánto antes!... no debes quedarte aquí. Y me quedo.

¡Pero si no tienes nada que hacer, Melchor!, y aunque tuvieras, vente con nosotros y te vuelves después. Ahora no puedo, yo por qué lo digo. ¡Te inventas quehaceres, Melchor! Piensa que en tu casa están abatidos por tu conducta... que tu padre está enfermo... que Clota tiene derecho a exigirte que vayas... no puedes proceder así con esa niña. Ni ella tampoco conmigo.

Melchor lo rompió temblorosamente y abriendo enormes sus grandes ojos azules, mientras lo espiaban anhelosos Lorenzo y Ricardo, prorrumpió con la voz ahogada por la emoción: De Clota... ya vengo... voy a contestarle. ¿El recibo?... señor... le reclamó el mensajero. ¡Ah... es cierto! ¿Tienes lápiz, Lorenzo? No. Yo tengo dijo Ricardo.

Comprendiéndolo, éste le dijo: Te he dado una broma, sin intención... pero ya que lo entiendes así... veremos si le aciertas a la Pampita. Parece que la Pampita te preocupa a ti más que a nosotros... Se lo podríamos telegrafiar a Clota... ¿qué te parece? Viniendo de ti tiene que parecerme bien. ¡Oíganle!... Ché, Melchor; pero qué vida pasará aquí esta gente, ¿eh? ¡Te parece, Lorenzo!

Melchor se repetía amorosamente las últimas palabras con que Clota le había despedido la noche antes, cuando con las manos fuertemente tomadas y los ojos lánguidos y firmes, puestos en los de él, le había dicho: Hazme telegramas, escríbeme, escríbeme todos los días, cuéntame todo lo que hagas, y cuando vayas en viaje, cuando estés lejos, piensa que... estoy contigo... contigo para siempre... ¡para siempre!

Siguió un silencio prolongado, durante el cual Melchor sintió cien veces impulsos de sacar del bolsillo el telegrama de Clota, pero se abstuvo temeroso de provocar preguntas que no deseaba satisfacer.

Fírmale el recibo, ¿quieres? y sacando del chaleco un montón de moneditas las dio al mensajero, diciéndole: Toma... para ti y se dirigió al telégrafo, mientras Ricardo, apoyado en la pared exterior de un vagón, escribía en el recibo del telegrama de Clota, este nombre: «Melchor Astul».

Después de un breve silencio, dijo Lorenzo: Cómo se quieren, ¿eh?... Y cómo tarda Melchor respondió Ricardo, asomándose por la ventanilla. Melchor, entretanto, contestaba al telegrama de Clota, que decía así: «Señor Melchor Astul. Bragado. En el tren de las 11,20 a. m. Y yo vivo en ti; viajo contigo, porque te has llevado mi pensamiento. Clota

No estaba el de él desprovisto de ellas en absoluto, porque las alusiones a Clota, mezcladas al recuerdo de aquellas palabras de su madre: «dejas a tu novia», habían producido en su ánimo cierto escozor que, sin perturbarle demasiado, persistía en él como el confuso presentimiento de una amenaza.

¿Es un secreto tan grande? ¡No, hombre!... Hice un telegrama que había prometido a Clota. La fisonomía de Ricardo se nubló intensamente, y aun cuando las sombras de su espíritu no hubieran asomado al semblante, su repentino silencio las habría delatado.