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El tren acababa de entrar en la estación del Bragado, y de entre la concurrencia bastante numerosa que ocupaba el andén había salido este grito: ¡Señor Melchor Astul! El llamamiento se repitió hasta que, parado el convoy, descendieron los tres amigos, y Melchor, impresionado y nervioso, abriéndose paso por entre la concurrencia, respondía a los llamamientos gritando: ¡Aquí!... ¡Aquí!...

Un mensajero del telégrafo se le acercó: ¿Cómo se llama usted, señor? Melchor Astul. ¿Tiene alguna tarjeta... o algo? ¡, hombre! ¡, es él! dijeron a dúo Lorenzo y Ricardo. El mensajero los contempló un instante, los miró, más bien, y entregándoselo a Melchor, le dijo: Un telegrama para usted.

La victoria se detiene en la modesta casa de Melchor Astul, que desde horas antes se apercibe para el viaje proyectado, tarea en la cual han intervenido madre y hermanas, disputándose el éxito en los refinamientos de la previsión, pues en los últimos detalles de un trajín semejante es cuando se corre el riesgo de olvidar lo fundamental: el cepillo de dientes; las zapatillas; el sobretodo por si refresca; el abotonador; la pasta dentífrica; el betún, etc., etc.

Voy cumpliéndolas... ¡es la verdad!... en el fondo de este baúl que se llama Melchor Astul... en el fondo, es decir, en la conciencia, no guardo ningún agravio... ninguna ofensa... ningún remordimiento... he hecho todo el bien que he podido... y sigo haciéndolo... he pasado por tonto muchas veces; pero no he sentido envidia por quienes me consideraron así... y ahora mismo sigo mi viaje de buenas intenciones... y lo seguiré hasta el fin... ¡hasta que el baúl se rompa!... o hasta que se acabe todo lo que tiene adentro... o lo roben los hombres... ¡o lo ensucie el uso!...

Después de un breve silencio, dijo Lorenzo: Cómo se quieren, ¿eh?... Y cómo tarda Melchor respondió Ricardo, asomándose por la ventanilla. Melchor, entretanto, contestaba al telegrama de Clota, que decía así: «Señor Melchor Astul. Bragado. En el tren de las 11,20 a. m. Y yo vivo en ti; viajo contigo, porque te has llevado mi pensamiento. Clota

Fírmale el recibo, ¿quieres? y sacando del chaleco un montón de moneditas las dio al mensajero, diciéndole: Toma... para ti y se dirigió al telégrafo, mientras Ricardo, apoyado en la pared exterior de un vagón, escribía en el recibo del telegrama de Clota, este nombre: «Melchor Astul».

El ambiente de amables alegrías se había modificado gradualmente en la estancia de Astul hasta ofrecer a ratos el aspecto de una casa de duelo. Ricardo, Lorenzo y Melchor paseaban como con desgano; se aislaban, acaso sin determinarlo deliberadamente y cuando conversaban lo hacían sobre temas indiferentes o fríos.