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Venturita le dijo con acento picaresco: Ahora, pon debajo quién es. El joven levantó la cabeza y sus miradas chocaron sonrientes. Luego, con viveza y decisión, escribió debajo de la figura: Lo que más quiero en el mundo. Venturita tomó el papel entre las manos y lo contempló unos instantes con deleite.

El fisiólogo lo contempló con expresión de sorpresa, como si por primera vez le viese en aquel momento. Volvió a brillar en sus ojos opacos la luz de la razón.

Ambos habían olvidado de repente el español, y cada uno barboteaba las peores palabras de su respectivo idioma. Luego contempló á la marquesa de Torrebianca, que suspiraba como una niña, apoyándose en Watson. «¡Sólo nos faltaba semejante escándalo! se dijo . Temo que alguien va á morir por culpa de esta mujer

Fisgoneaba en los pasillos y acudía a la esquina a espiar la llegada de Bernardino, vigilando que Gregoria no entreabriera la ventana de la sala. ¡Qué sustos pasaron ambos, qué sinsabores, y cuántas veces contempló de lejos el pretendiente la cara acongojada de su prometida, víctima de paternal corrección la víspera! ¡Lo que pueden el amor y el hambre, cuando van aparejados!

Zalacaín lo comprendió y se mostró indiferente y contempló sin turbarse al cura. Llevaba éste la boina negra inclinada sobre la frente, como si temiera que le mirasen a los ojos; gastaba barba ya ruda y crecida, el pelo corto, un pañuelo en el cuello, un chaquetón negro con todos los botones abrochados y un garrote entre las piernas.

Desde mi alto sitial, indiferente, Contemplo al pueblo que ante mi se inclina; La pobre humanidad triste y doliente Que por la senda del ideal camina. Me encuentro solo, sin ningún recelo A los Zoilos pedantes y ruines. Yo tengo por bandera el ancho cielo, Vibra mi voz en todos los confines.

Y Maltrana contempló al bondadoso patriarca con una admiración irónica. De vez en cuando se da cuenta de que existe su hija, y la acaricia bondadosamente. La madre, con el buen sentido que ha podido salvar de la oleada de grasa que invade su cuerpo, llama la atención de su marido sobre la conducta de Nélida.

Adivinó que su hijo aún se acordaba de ella. «¡Y no poder traérsela!...» El padre rígido del año anterior se contempló con asombro al formular mentalmente este deseo inmoral. Pasaron un cuarto de hora sin soltarse las manos, mirándose en los ojos. Julio preguntó por su madre y por Chichí. Recibía cartas de ellas con frecuencia, pero esto no bastaba á su curiosidad.

Llegó Quevedo, se detuvo y contempló profundamente al joven. ¡Si las tormentas no se calmarán al fin...! dijo . ¡Como su padre! ¡son mucho, mucho hombres estos Girones! ¡ó muy poco! ¿quién sabe? Y hace frío y llueve. ¡Don Juan! El joven se levantó de sobre la repisa aturdido.

Aquel ser menudo, velloso, de ojillos vivos y hundidos, con su sombrero grasiento y su capa raída había excitado ya la curiosidad de los actores. Le contempló unos instantes en silencio, y después sin dignarse responder le volvió la espalda. Pero no dejó de comunicar al momento el lance con la dama joven.