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Nada hubiera logrado, sin embargo, sin la astucia de su amigo el canónigo. Aquel aconsejado viaje por las montañas, lleno de sustos y peripecias, le conquistó, si no el amor de su esposa, por lo menos sus favores. En los dos primeros años de matrimonio Amalia hizo una vida retraída, sin salir apenas del churrigueresco palacio de la calle de Santa Lucía.

Por último, al cabo de un rato acostaron al barco Pepe de Chiclana, su mujer y Soledad. En la subida hubo bastante jarana y no pocos sustos. Las mujeres temblaban de confiarse á la frágil escala. Con el susto no se guardaban siquiera de mostrar las piernas á los marineros que se quedaban en la lancha. Los hombres las embromaban sobre esta despreocupación así que estaban arriba.

Acordándose entónces la reyna de lo que habia en el trozo del libro de memoria de Zadig, mandó que se le traxesen, y confrontando ámbos trozos se vió que venia uno con otro; y los versos de Zadig, leidos como él los habia escrito, eran los siguientes: Un monstruo detestable es la sangrienta guerra; Hoy rige la Caldea en paz el rey sin sustos: Su trono incontrastable amor tiene en la tierra; El poder mismo afea quien no goza sus gustos.

375 yo que allá los caciques amparan a los cristianos, y que los tratan de cuando se van por su gusto. ¡A qué andar pasando sustos-! Alcemos el poncho y vamos. 376 En la cruzada hay peligros, pero ni aun esto me aterra: yo ruedo sobre la tierra arrastrao por mi destino; y si erramos el camino- no es el primero que lo erra.

Tales son, entre otros, las tragedias de Don Fernando el Emplazado y de Vellido Dolfos. No ganamos para sustos es un ensayo muy bien hecho para resucitar la anterior comedia de enredo á la manera de Calderón. Mucha fama como poeta dramático ha ganado recientemente D. ANTONIO GIL Y ZÁRATE, nacido en 1796.

Con estas precauciones ¡ay!, no habrá quien levante el gallo». ¿A Canarias? ¡A los quintos infiernos! exclamó la Pipaón con júbilo . Eso me gusta; que los pongan lejos, y se acabaron los sustos. Que conspiren ahora. ¿Y también al infante me le dan aire...? Voy a decírselo a Bringas, que esto para él es oro molido. «Bien, bien, bien. Eso es gobernar.

La seña Alcaparrona, viendo a su sobrina, dos días después de la nocturna juerga, calenturienta y sin fuerzas para ir al campo, había diagnosticado la enfermedad, con su práctica de decidora de buenaventura y bruja curandera. Era el susto del novillo «que se le había quedao adrento». La pobresita decía la vieja estaba en su... pues, en eso; y ya se sabe que en tal caso los sustos son de cuidao.

¿A que en qué estás pensando, Rosa? ¡Jesús, qué diablo de hombre, me ha asustado! exclamó la chica volviendo la cabeza. Dejémonos de sustos... ¿A que en qué estabas pensando? ¿En qué? Pensabas en Jacinto, el de la tía Colasa. Lo mismo que en usted. ¡Eso quisiera yo!... Pues mira, me lo he encontrado ayer y le he sacado del cuerpo que te quería.

Veían estos hombres la poca o ninguna seguridad de sus vidas si se mantenían en este Reino donde no solo les acusaba la virtud agena, y los hacía temblar la vara del Santo Oficio que miraban sobre toda ojos de celo y de vigilancia; pero les tenía en contínuos sustos la formidable reprensión de su mala conciencia, y por no querer dar en el verdadero y solo seguro camino de la virtud y la fe, iban tentando y tropezando en todos los precipitados caminos de su ruína.

Miraba Sancho la carrera de su rucio y la caída de su amo, y no sabía a cuál de las dos necesidades acudiría primero; pero, en efecto, como buen escudero y como buen criado, pudo más con él el amor de su señor que el cariño de su jumento, puesto que cada vez que veía levantar las vejigas en el aire y caer sobre las ancas de su rucio eran para él tártagos y sustos de muerte, y antes quisiera que aquellos golpes se los dieran a él en las niñas de los ojos que en el más mínimo pelo de la cola de su asno.